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Mirar el mundo con nuevos ojos

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Mirar el mundo con nuevos ojos 👀

Tener otra mirada hacia el mundo hace que ese mundo se convierta en una sorpresa (darse permiso de sorprenderse a sí mismo con objetos aparentemente comunes).

✨ Para mirar el mundo desde otros ángulos se debe EXTRAÑAR el mundo, como verlo por primera vez y generar curiosidad por descubrirlo. Despertar la sensación de maravilla y encantamiento alejándose de lo funcional y repetitivo.

Hablamos del mundo desde lo que sabemos. Desde nuestros propios límites del lenguaje.
Lo que no entendemos, lo sustituimos por lo que ya conocemos.

Como ejercicio, lo mejor es ponerse en la perspectiva de otro, desde una persona en aislamiento, una persona de época pasada, desde un perro o desde un extraterrestre.

UTILIZAR EL LENGUAJE DESDE UNA PERSPECTIVA QUE NOS HAGA VER EL MUNDO DE OTRA MANERA ES LO QUE SE ESTÁ BUSCANDO.

Mi viaja a la Ciudad

La abuela no me va a creer cuando le cuente que para viajar a la ciudad me tuve que montar como en una chalana gigante que tiene techo y ventanas pero ésta no navega por el río, le ponen alas para volar por el cielo como si fuéramos una guacamaya.

Pasé todo el viaje con los ojos cerrados hasta que mi prima me dijo que me asomara por la ventana para que viera como llegábamos a la ciudad, yo lo que vi fueron muchas casitas chiquitas con luces como luciérnagas, solo podía pensar cómo íbamos a caber ahí sí todo se ve tan pequeño.

Abajo nos esperaban mis tíos para llevarnos a la casa y me subí en un carro que es muy parecido al camión que llega los lunes para llevarse a los hombres a las minas pero éste está cerrado por todos lados.

Adentro del carro no me dejaron sentir el aire puro del camino, aquí no es seguro me dijeron, yo no entiendo cómo el aire puede hacer daño, pero parece que en la ciudad es así y prefieren respirar un aire muy frío que sale por una cajita si le tocas un botón.

Mi prima me va mostrando unas montañas enormes hechas cómo de rocas lisas, y están todas muy juntas, además les ponen nombres, me dijo que se llaman edificios y que la gente vive allí, ésto me recuerda a un bosque de árboles de esos gigantes donde me da miedo perderme allá en mi selva solo que aquí los árboles son de cemento y bueno me imagino que le ponen nombres porque a la gente se le olvida donde vive.

Al salir del carro nos detuvimos frente a una puerta cerrada y menudo susto me llevé cuando de repente se abrió de golpe y salieron unas personas yo creí que eran espantos como esos que salen del escaparate del cuarto de la abuela. Temblando de miedo entré a ese armario extraño y se cerró la puerta y me dijeron que tocando un botón este escaparate te sube al piso 20, que es donde viven mis tíos, yo pensaba que iba a tener que usar una liana para poder subir hasta allá arriba, pero creo que aquí deben tener a unos hombres usando esas cuerdas para poder subir en este ascensor( así se llama el escaparate)

Finalmente llegamos a la casa y me dijeron que me diera un baño antes de cenar, yo la verdad que no vi ningún río cerca como para ir y refrescarme un poco, pero lo que si tienen aquí es una cascada pequeña que tiene agua tan caliente como yo quiera ponerle.

Aquí me pude fijar que toda la familia se reúne en la mesa para comer igual que en mi choza pero lo que no me queda claro es en que momento cazan al venado o en qué río van a pescar la cena, tengo miedo que la abuela tenga razón y aquí en la ciudad lo que coman sea plástico.

Me resulta muy curioso por que aquí en la mesa nadie se mira a los ojos ni se hablan casi.
Me pude fijar que todos están pendientes no solamente de la comida sino de mirar fijamente algo que sostienen en sus manos, creí que era una cajita musical como esa que me regalaron en la iglesia del caserío cuando cumplí 15 años, pero mi prima me dijo que eran teléfonos y que aquí cada miembro de la familia tiene uno y que además no solamente servían para hablar con las personas sino que hasta se podían ver películas igual que en el cine de la feria de los domingos allá en el poblado.

Mientras como en silencio observo a mis tíos y a mis primos y ni siquiera se dan cuenta que los miro porque están muy distraídos viendo sus cajitas musicales con películas y yo solo puedo extrañar las cenas en el caserío con toda mi familia y amigos hablando y escuchando los cuentos de los mayores.

Yo siempre pensé que los teléfonos servían para comunicarse con las personas pero aquí en la ciudad solo sirven para alejarse de ellas.

El escritor debe ser un experto en la psiquis de sus personajes para darles vida

Mi hogar siempre ha sido muy hermoso pero algo competitivo. Compites por comida, techo, pareja… En fin, es complicado.

Pero, hay un lugar cerca de aquí. He oído de los otros que es muy abundante en todo. Y las criaturas que lo habitan son muy fáciles de burlar. Se encantan con cualquier cosa. Hoy probaré ir por primera vez.

Les conté a unos amigos míos, por qué me daba miedo ir solo. De este modo asusta un poco menos.

Al principio pasamos por muchas ramas, pero a medida que disminuían fuimos caminando cada vez más.

A lo lejos se veía un río negro ¡Jamás había visto uno de ese color! Además, había grandes piedras. Más grandes que cualquier árbol que haya visto. Todas estaban llenas de agujeros y tenían formas raras. Con bordes afilados como los picos que deja un tronco que parte un rayo.

De la nada, nos llegó un olor cautivador. Nunca había olido algo así. Como si la fruta se mezclara con algo, pero no sabía qué.

Uno de mis amigos siguió el olor, y nosotros a él. Subimos una de esas piedras y arriba vimos a los seres de los que me habían hablado.

Eran muy raros, casi no tenían pelo, tenían dos capas de pellejo. Era muy raro porque solo una era tibia y la otra se despegaba de su cuerpo. Además, eran muy diferentes entre cada uno de ellos.

Aunque mostraban mucho los dientes, eran amigables y nos daban comida. También tomábamos algunas cosas brillantes que tenían con ellos, no parecía importarles. Bueno, al menos si no se daban cuenta…

Fue una experiencia bastante divertida. Espero poder repetirla pronto.

Desde que recuerdo he vivido toda mi vida en la selva. No conozco otro tipo de vida. Mis amigos son los animales y algun otro hombre de otras zonas distantes. Las plantas y los elementos de la naturaleza son mis maestros. Siempre he querido saber qué hay más allá de los arboles y las montañas y cómo viven otros diferentes a mí. Un amigo de una aldea cercana sabe sobre mi curiosidad sobre las cosas a mi alrededor y sobre aquellas que no conozco y no tienen forma en mi mente. Él se convertirá en hombre gracias al camino y este le dará las herramientas necesarias para sobrevivir en el mundo de las bestias. Así que quiere que le acompañe a ser testigo de su cambio en el mágico camino donde es probable que cambie tambien, no sé de qué forma, ni en qué me convertiré, pero me aventuraré con él. Salimos muy temprano de nuestro hogar en una bestía que se deslizaba a través de la tierra. Muchos podían ir montados en su lomo. Se sentía como tres hogueras dentro de aquel animal feroz. Algunos parecían más cómodos que otros, yo a decir verdad, no logré pegar un solo ojo. Todos nos miraban extrañados y me hacían sentir inquieto. Pasaron dos soles y una luna hasta llegar al camino. Mi amigo se mostraba muy contento, como emocionado por la expedición que haríamos juntos. Yo solo podía guardar silencio en medio del alboroto que podía escuchar dentro de mí. Era el miedo a todo aquello desconocido, sin nombre, sin rostro y sin referencia que me diera algo de tranquilidad.

No entendía por que todo olía diferente, no entendía por que se sentía raro, por que había menos arboles, el ruido aturdía y nada era conocido.

Cerro los ojos con fuerza, esperando que esa fuerza lo regresara a lo conocido. Fue entonces cuando recordó aquel momento en que le dijo al colibrí que estaba aburrido, que todo era lo mismo.

Las personas a su alrededor iban rápido, con algo en oídos, y en sus manos que no identificaba, otras pasaban rápido en unas cosas con ruedas que sonaban y sacaban humo. Un humo diferente al que conocía de la estufa de su mamá.

El pasto era mas delgado, fino y simple, los arboles eran escasos y estaban tristes no tenían frutos, los animales… solo habían perros que iban amarrados.

Por un momento pensó que se sentirá ir amarrado, que te lleven a su ritmo y no al tuyo, que no puedas para a oler quien fue el que acaba de pasar…

Un ruido sutil lo regreso a la realidad conocía ese sonido, era colibrí. Había tanto ruido que no sabia de donde venía. Al levantar la mirada vio que no era uno eran 2, al caminar hacia él descrubrío que donde el miraba había otro que hacia lo mismo que él, en ese momento el colibrí voló al rededor de él. Cuando volvió a respirar se sintió en casa.

Todos dicen que el sonido de la selva les parece abrumador, nunca había entendido porque, para mi era normal y cotidiano, hasta que conocí el silencio. Salí de la selva y me esperaba una balsa, atravesé el rio que se escuchaba como siempre, pero al final me esperaba un automóvil, una especie de balsa pero de tierra, y ahí lo conocí… El silencio.
Una vez adentro parecía que todas las cosas fuera desaparecían, podía verlas pasando rápido, pero no se sentían ahí, el viento, los animales, las hojas, nada, Era aterrador.
Pronto llegamos a lo que llaman ciudad, baje del automovil y como si saliera del agua… ahí estaban todos, los ruidos de la selva.

Soy Kawet vivo en el Amazonas, soy indígena , acabo de cumplir 15 años y le pedi a mi familia que mi regalo fuese ir a la ciudad. Mi abuela habia vivido unos cuantos años en Caracas Venezuela y aún tenía familiares alli. así que tome una especie de pájaro de latón que montaba unas 10 personas y echo a volar como hacen las águilas muy alto en Santa Elena de guairén y luego otro pero ya tamaño dinosaurio, como en los libros que nos enseñan las monjas, un gran avión rumbo a Caracas alli iban unas 100 personas, se podian ver las nubes desde mucho mas arriba si pudieras abrir la ventana las podia tocar. No te imaginas que emoción llevaba en mi corazón. Cuando llegue a la estación de los aviones, todo el mundo iba muy deprisa. yo hacer menor de edad una chica del avión muy bien vestida como modelo me llevo hasta los familiares. Me recibia la prima de mi abuela con sus nietas, que al llegar me veían muy extraño. Ellas eran Susana y Patricia tenían 15 y 16 años, tenian un español muy raro que si chama, que marica, alli me sentí super perdida, Susana era mucho más amable y cercana que Patricia era todo los contario. Susana me abrazo y me dijo bienvenida, yo suspiré , nos montamos en un auto del futuro es que casi volaba ( me daba un miedo tremendo). sigue…

Viajar a la ciudad, viajar, a Lima a conocer a mi nieta, me da mucha ilusión. es lejos, muy lejos para ir caminando. debo ir en aviòn dicen; primero debo ir a Pucallpa, a la ciudad y subir al avión. Felizmente no voy sola, no podría, voy con la Marcela.
Llegamos a Pucallpa. mucho ruido, las bocinas de las moto-taxis son muy fuertes, el bullicio de la gente, mucha gente hablando, gritando, me ensordece. prefiero el silencio de la selva, escuchando las aves y los insectos, el murmullo del agua y del viento.
Vamos al aeropuerto en una moto taxi que parece que se va a desarmar, mi sobrina va feliz y sonrie, me toma la mano y me da fuerzas, me recuerda que pronto veremos a mi hijo y mi nieta.
Nos revisan las bolsas, nos miran como dos extrañas, la ropa, nuestra piel, pero la Marcela va feliz, sonriendo mucho y me contagia su valentia. Dice que hay que abordar, ¿que es abordar? - “sube al aviòn tia” - me dice; se abre la puerta y ahí está, el inmenso aparato, como un bus gigante, como un suri gordo de metal con alas enorme.
subimos las escaleras, me tiemblan las piernas, pero la Marcela me jala hacia arriba y sonriendo insiste "sube al aviòn tia"
Ya estamos sentadas, la Marcela me amarró un cinturon, y hablando sin parar trata de quitarme el susto, hace planes, me cuenta todo lo que va a hacer, no se de que habla la verdad, no escucho nada.
Todo se mueve, nos cogemos de las manos y cerramos los ojos, suena como un trueno a lo lejos, la pobre Marcela me dice que todo esta bien, pero ya no sonrie.
Después de un rato se escucha una voz de mujer, no se que dice pero suena tranquila, la Marcela me dice, abre los ojos, tía; los abro y la veo señalar por una ventana. Abajo se ve la montaña, todo muy verde, el cielo hermosos como en la selva, las nubes, todo es paz…
Estoy pensando quedarme en Lima para siempre, no quiero volver a subir a un avión nunca

el horizonte no tenía tantos árboles como de donde provengo, sin embargo siempre mire hacia arriba en todo el viaje, hacia la copa de unas piedras gigantes. Aún más alto que las piedras vi un pájaro que durante todo su vuelo sólo planeó, se dirigía hacia el oeste, dejé de verlo cuando se escondió detrás de la piedra más grande que estaba en el lugar, la piedra madre.

En lo profundo de la selva, vivía un joven llamado Carlos. Desde pequeño creció rodeado de una exuberante vegetación, los sonidos de los animales y la dulce melodía del río cercano. Nunca había estado en la ciudad, pero su corazón añoraba la emoción y el misterio de ella.

Un día, Carlos decidió que era hora de aventurarse fuera de los confines de su hogar y descubrir el mundo exterior. Con una mochila a la espalda, se despidió de su familia y amigos emprendiendo su primer viaje a la ciudad. Cuando Charles salió de la jungla y pisó tierra firme, se asombró de la confusión y asustó del caos que lo rodeaban. Los edificios se elevaban hacia el cielo y las calles se llenaban de motores y velocidad. El sonido de bocinas y voces indistinguibles unas de otras resonaba en sus oídos, y el olor a humo y concreto llenaban sus pulmones.

Carlos caminó con cuidado por las calles, atento a todo lo que veía. Miró los escaparates de las tiendas, que estaban llenos de objetos brillantes y desconocidos. Sin embargo, algo en especial le llamó la atención en una vitrina: un objeto largo de plateado con un extremo puntiagudo. Era un paraguas.

Interesado en un artículo que nunca antes había visto, Carlos decidió ir a la tienda a comprarlo con algunos ahorro que su madre le había dado en monedas de la ciudad. Después de que el vendedor le explicara cómo usarlo, Carlos abrió el paraguas por primera vez. El sonido del mecanismo al abrirse y la sensación de la tela suave entre sus manos eran completamente nuevos para él. Era como si tuviera un pedacito de cielo en la mano, que lo «de la lluvia» aclaró el vendedor. Y aunque su entendimiento no alcanzaban, los porqués debería protegerse de la lluvia, los ojos y la boca de Carlos se abrieron con asombro silencioso. La tela le mostró sombra fresca y protección contra la lluvia, pero también contra la luz. Carlos observó cómo esta se filtraba a través del objeto, creando un suave resplandor azulado a su alrededor.

Se sobresaltó por el suave sonido metálico que hizo el mecanismo al abrirse y cerrarse, en sus pensamientos lo comparó con magia. Era una sinfonía de pequeños clics y zumbidos que lo fascinaban, que jamás había oído.

Pero, el paraguas también infundió miedo en Carlos. ¿Qué pasa si no sé cómo usarlo correctamente? ¿Qué pasa si se atasca en los barrotes o sale volando? La responsabilidad de utilizar este extraño y nuevo objeto se hundió en su mente. Con una mezcla de emoción y miedo, Carlos se encontró probando el paraguas en la calle. Aunque no había nubes en el cielo, se atrevió a abrirlo y disfrutar de su sombra a pleno sol. Caminó por una calle concurrida de la ciudad con un paraguas abierto sobre su cabeza, y la gente lo miró con asombro. Algunos se rieron, otros señalaron, pero Carlos estaba demasiado entusiasmado con su nueva fortuna para darse cuenta.

Caminó por la ciudad bajo el sol abrasador, disfrutando de su oasis de sombra portátil.
Finalmente, caminando con su divertida fascinación, Carlos golpeó un poste de luz. Absorto en el paraguas, no se dio cuenta del obstáculo hasta que chocó contra él. El paraguas se cerró de golpe, dejándolo apretado dentro de su sombra y provocando la risa de los transeúntes.
Con la cara roja y una sonrisa confundida, Carlos se liberó del paraguas y rápidamente lo guardó en su mochila. Aunque su primer encuentro con el objeto terminó abruptamente, su amor por el paraguas nunca se desvaneció y fue el regalo que le llevó a su amada madre cuando regreso a su hogar.

Me gustaría hacer una historia distinta ya que leí los demás aportes, y, siento que si tomo el tema de la selva, no voy a ser tan imaginativo. Bueno, aquí voy:


Un día, un pequeño niño de 6 años estaba en el patio de su casa, su madre desde la ventana de la cocina lo vigilaba, el niño ya cansado se recostó sobre el césped y al mirar al cielo se quedó maravillado, comenzó a sonreír, a sacar la lengua, a soplar; la madre no entendía que hacía su hijo, así que se acercó y el niño le preguntó:

  • Mami, ¿cómo se llama eso? --Señalando el cielo.

  • Eso son nubes.

  • Ah ya, y ¿por qué cambian de forma?

La madre no supo que responder y su hijo se apresuró en decir:

  • Ya sé, las nubes son los pensamientos de este mundo y por eso cambian de forma, cuando están grises el mundo esta de mal genio, cuando se ven muchas amontonadas, puede que este pensando en varias cosas a la vez, cuando se ven estiradas está pensando en una solución y cuando llueve, es que no aguanta más su tristeza.

Ante esta respuesta la madre se quedó en silencio, nunca se le pasó por su mente tal pensamiento, pensaba para sí misma: ¿Esto solo es inocencia o es sabiduría infantil?

¿Cómo describiría un marinero el cielo de un amanecer en montaña? ¿Qué experimentaría un nómada del desierto al descender a las entrañas de la tierra y encontrar un lago subterráneo?¿Cómo describiría un ciudadano de la urbe más poblada al llegar a una playa virgen desierta?¿Qué sentiría un preso que observa el océano inmenso desde una cubierta? Hay tantas formas de ver el mundo como personajes en tu imaginación.

Era una tarde lluviosa de esas que parecen no terminar, estaba debajo de un arbol buscando no mojarme más de lo que ya estaba cuando de repente vi pasar unos extranjeros con telas y pieles que nunca había visto antes. Se dieron cuenta de mi presencia y me ofrecieron comida que nunca había probado y me dieron una de las pieles que llevaban puestas.

Se sentia muy calido a pesar de que por fuera estaba un poco humedo, además tenian orificios donde podía guardar cosas. (me sería muy útil al salir a recolectar frutas y materiales)
Al pasar la noche me llevaron en algo parecido a un tronco con algo que llaman ‘’ruedas’’.
Finalmente llegamos a su hogar y no podía estar más confundido.

Todas las personas usaban esas extrañas pieles, algunos iban en troncos más pequeños con una especie de coco en la cabeza, otros iban en troncos más delgados y pequeños.
Al ver las expresiones y como se mueven siento que todos estan en algún apuro o que necesitan algo con urgencia, nadie va a un ritmo más apaciguado, siento que nadie esta disfrutando el momento o la vida como lo hago en mi hogar.

Desde que tengo memoria he habitado en las tierras cálidas y llenas de vegetación, rodeadas de ambiente húmedo, del canto nocturno de los anfibios y aves y del contacto con la naturaleza, que es mi hogar, bueno, lo era hasta que un día mientras disfrutaba del baile de las mariposas se aproximan a mi un par de engendros hacía a mí.
Se ven preocupados, tienen aspecto pálido y tienen una espalda muy grande, como si una tortuga estuviese arriba de ellos. Empiezan a hacer sonidos irreconocibles, lo cual me altera, decido correr, pero me alcanzan con un veneno de serpiente que hace que me desmaye.
Siempre me pregunte a dónde nos íbamos al morir y nunca me imagine que habría una luz tan cegadora sobre mí. Comienzo a reaccionar y hay más de un engendro a mi alrededor, estos lucen como chimpancés sin pelo. En su intento por comunicarse conmigo usan imágenes de cosas que sí conozco de mi hogar.
Consigo entender un poco de su mensaje, estos dicen que yo fue raptado y dado por muerto, por eso no siguieron con mi búsqueda. Están asombrados porque conseguí estar con vida todo ese tiempo, ahora es momento de ir a lo que ellos llaman casa. Estoy muy asustado, quiero volver a mi lugar seguro.
Me han pedido que tome una ducha, Asimilo poco de lo que están solicitando, solo me dejo llevar a una habitación grande, con luz muy blanca y potente, uno de los chimpancés me pide me quite las pieles blancas que me habían dado y me coloque enfrente a otro chimpancé con cara de ataque.
Hago caso y soy acechado golpeado por un chorro de agua muy fuerte, eso me asusta muchísimo, estoy siendo atacado, me siento como cuando tenía que correr entre las ramas para huir de los enojados jaguares. Su concepto de ducha es terrible, en mi hogar me iba al río a remover las impurezas del cuerpo mientras disfrutaba de las cálidas aguas. Espero esto terminé ya y pueda volver a mi hogar.

Llegué a la ciudad en una choza grande hecha de metal que se movía y volaba como un pájaro por toda la selva, creí ver a mi familia pasando por el río que está al lado del manglar donde comemos todos los días. Me emocionó mucho el viaje, porque avanzaba a gran velocidad y podía ver todo desde arriba, me sentí por un momento como mi pájaro chato, que siempre vuela por encima de nosotros.

Cuando la choza voladora volvió al suelo y me bajé, había una choza aún más grande, pero esta no volaba ni tenía alas, en esta las otras chozas voladoras llegaban y se quedaban ahí, como el panal de avispas que hay bajo el río, No había carretas ni camionetas que pasan a recoger gente para transportarme, solo había carros como esas camionetas que pasan cada fin de semana y van al pueblo más cercano, solo que esos carros son más lujosos, así como esa choza grande de metal, estaba todo blanco y con personas muy arregladas, cuando me subí al carro mi amigo José, que iba conmigo, me enseño muchas cosas más en mi viaje, que las contaré en otra ocasión.

Un día, mientras buscaba frutas en la selva, una mariposa de colores brillantes aterrizó en mi mano y comenzó a revolotear a mi alrededor. Con su voz suave, me habló de un camino de piedra ancho y largo que llevaba hacia una gran urbe llena de luces y sonidos extraños.

Confundido por sus palabras, seguí a la mariposa por un sendero cubierto de hojas y ramas. Después de caminar por un tiempo, llegamos a un claro en el bosque. Allí, la mariposa me mostró El camino por el que caminé era extraño, cubierto de una superficie dura y oscura, muy diferente a la tierra húmeda y fértil de la selva. Los edificios que rodeaban la carretera eran enormes, altos y rectangulares, parecidos a las montañas que veo en el horizonte. Estaban hechos de materiales extraños, como piedras planas y grises, que brillaban bajo la luz del sol.

Vi muchos objetos extraños, como cajas con ruedas que se movían solas por la carretera, y máquinas que hacían ruidos fuertes y extraños. También había objetos grandes y brillantes que parecían ser más altos que los árboles más altos de la selva. Las luces de colores que adornaban los edificios y las calles eran como un caleidoscopio gigante, creando una sensación de asombro y confusión en mí. Algunos eran grandes y negros como un jaguar, mientras que otros eran pequeños y brillantes como un colibrí. También había enormes construcciones con muchas ventanas y luces, que brillaban en la noche como estrellas en el cielo.

Las personas que vi eran muy diferentes a las que conozco en la selva. Vestían ropas extrañas, hechas de telas duras y coloridas, que parecían estirarse y ajustarse a sus cuerpos. Algunas personas eran altas y delgadas, mientras que otras eran más bajas y corpulentas. También tenían el cabello largo y corto, en una variedad de colores extraños.

Después de un tiempo, sentí la necesidad de volver a la selva. Me despedí de la mariposa y comencé a caminar por el largo camino de piedra que me llevaría de regreso a mi hogar. Mientras caminaba, reflexioné sobre todo lo que había visto y experimentado en la ciudad. A pesar de las muchas cosas extrañas y desconocidas que había visto, también había encontrado belleza y diversidad en lugares inesperados.

Era de noche, pero hacía calor en la sierra. Francisco como lo llamaban los de piel pálida, estaba preocupado. Una extraña enfermedad azotaba a la tribu y los naomas no sabían qué hacer: ni las plantas, ni los hongos ni los baños rituales lograban curar el mal. Francisco, como cacique de la tribu, no podía más que acudir al lugar donde se congregaban Don Rodrigo y sus guerreros. Tras mucho meditarlo, a la mañana siguiente salió hacia Santa Marta, un emplazamiento al lado de las aguas infinitas, donde los extranjeros estaban levantando edificios extraños.
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El emplazamiento quedaba a tres días a pie desde Teyuna, era una jornada larga a través de las densas selvas de la sierra, pero sirvió para que Francisco despejase la mente y pensase cómo convencer a Don Rodrigo de ayudarle. Sin embargo, algo dentro de sí le decía que las cosas no resultarían bien.
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Al llegar a Santa Marta, Francisco observó que los piel pálida habían levantado muchos edificios desde la última vez que estuvo ahí. Entre ellos, había un lugar de culto, donde tenían una estatuilla de oro clavada en un madero, se trataba de un hombre al que llamaban Cristo. También había un edificio que flotaba sobre las aguas infinitas, a través del cual los locales accedían a sus balsas gigantes, las mismas en las que habían llegado dos años atrás.
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Cuando ingresó al emplazamiento los guerreros de Don Francisco le apresaron, eran hombres altos que cubrían su piel con metal y tenían pelo en el rostro. Uno de ellos al que llamaban Álvarez, lo dirigió hacia Don Rodrigo, que contrario a lo que esperaba le trató bien: “Tiempo sin verle Francisco, cómo están las cosas entre su gente”. Francisco intentó responderle en castellano que las cosas no marchaban bien, explicándole que su gente padecía una enfermedad nunca vista.
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“Mí gente en Teyuna sufre Don Rodrigo, ni los naomas ni yo sabemos cómo tratar este mal. Al tocarlos se sienten calientes, les duele el cuerpo y muchos tienen unas manchas extrañas, que en ocasiones se convierten en heridas que expulsan un líquido blanquecino que se torna amarillo con los días” explicó Francisco. Al escucharlo, Don Rodrigo dijo: “Se llama viruela Francisco, normalmente no es grave, los enfermos deben apartarse de los sanos. Al cabo de unos días terminan por sanarse solos, rara vez es letal”.
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Después de conversar por un rato con cierta dificultad (porque el castellano del nativo aún era limitado), Don Rodrigo pidió a Francisco acompañarle. Caminaron alrededor del emplazamiento, hasta un punto donde muchos piel pálida se reunían, al parecer para intercambiar cosas, en especial frutas, verduras y animales. Para el intercambio empleaban pequeñas piezas de oro que los locales llamaban ‘Reales’, que los extranjeros parecían amar por sobre todas las cosas.
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Al finalizar la jornada, Francisco fue invitado por Don Rodrigo a un lugar que llamaban la herrería, donde hombres corpulentos empleaban toda clase de metales para hacer puntillas para la construcción, espadas para los guerreros y herraduras para los caballos (unos animales que los piel pálida usaban para andar de un lugar al otro). Una vez terminado el recorrido por Santa Marta Don Rodrigó afirmó: “Tú conoces mí ciudad, pero yo no conozco la tuya, cuándo podré conocer Teyuna”. Ante lo cual, Francisco respondió: “Nunca Don Rodrigo, es un lugar reservado para nuestras gentes, no se admiten extranjeros”.
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Desde entonces, nadie volvió a saber de Francisco, el Cacique de Teyuna, la Ciudad Perdida de los tairona, que quedó deshabitada varias décadas después, cuando los nativos temiendo el avance de los piel pálida por la sierra, se internaron más en la selva, abandonando sus hogares pensando que así se salvarían del avance del hombre blanco.

Mi viaje a la ciudad

Cuando llegué a ese lugar llamado ciudad, no comprendía muy bien nada de lo que estaba sucediendo. Una extraña sucesión de objetos y de imágenes, cosas que no parecían reales y a las que no encontraba mucho sentido. Si no fuera por la presencia de personas dentro de ese maravilloso escenario, no podría entender nada de lo que les rodeaba. Sólo sus expresiones parecían poder orientarme un poco en tan extraña situación.
Dentro de la ciudad, había unos árboles muy raros, que al parecer estaban diseñados por el hombre, con el fin de alumbrarles por el camino durante la noche. Y al parecer no necesitaban fuego para prender las luces. Las personas iban caminando sobre unas planchas colocadas sobre la tierra que parecían sacadas de la montaña, de forma lisa y plana, o incluso se les veía trasladarse dentro de una suerte de vehículos con forma de balsas de pescadores, pero que se movían por esos caminos a través de unos dispositivos originales. Lo peor era el olor que desprendían, que se parecía al del humo de las hogueras, y que impregnaba todo el ambiente. Resultaba especialmente llamativo.
Me encontré con un lugar que debía ser un lugar de reposo, muy alto y de aspecto firme. De ahí dentro salían personas, por lo que comprendí que debía tratarse de una choza, si bien en lugar de una cortina se abrían y cerraban con grandes troncos de árboles o de otro tipo, más fuertes. Entré en uno de ellos para explorarlo, y no dejé de sorprenderme con los hallazgos que descubrí a mi paso. Primero traté de colarme a través de un hueco de una de esas gigantescas chozas habitadas, pero me topé de frente con una barrera invisible que me impedía el paso. Muy extrañado, resultó ser un fragmento de lago congelado, en donde podía ver mi rostro reflejado: no dejé de asombrarme de lo que sucedía a mi alrededor por lo que viendo que no podía acceder por ese lado, aproveché un momento en el que alguien salía por el acceso principal de la choza para entrar después y dedicarme a explorar. 

Dentro de la vivienda, no dejó de sorprenderme el encontrar agua vertida en un recipiente que salía a través de una fisura en la pared, que simulaba un pequeño estanque, o los cómodos jergones que se elevaban por encima del suelo de la vivienda, todo diseñado con esas formas planas y rectas, tan extrañas. Había una especie de cueva, a la que conseguí acceder tirando de una rama de color blanco pegada a la entrada, y que guardaba dentro alimentos. Al asomarme dentro sentí mucho frío, y comprendí que de esa manera se conservaba fresca la comida.
La gente me miraba raro, vestían de una forma curiosa, me parecían originales y pintorescos por lo que yo también les sonreía. Fue un día interesante aquel, mi viaje a la ciudad.

Un dia Mabel iba caminando al trabajo y entonces pasó que…empezó a llover intensamente pero Mabel no tenía su paraguas que con tanto cariño le habia traido su amigo Bernando de Alemania.
Sin embargo, ella sonrío por el evento y pensó “capaz que esta lluvia, puede enjuagar mi angustia por Pedro”. Mabel se habia enamorado de un marinero que estuvo de paso por Buenos Aires durante un mes. Entonces, caminó bajo la lluvia junto a sus pensamientos y la imagen de aquel Pedro que le habia tocado el corazón cual cupido en Febrero.
Al llegar a la esquina del trabajo, Mabel se resbaló y sus sandalias, se trabaron en la vereda mojada “Debo prestar más atención ¿y ahora voy a llegar empapada al trabajo? ¡Qué horror!” Al instante, recordó de que a la vuelta de la oficina habia una tienda de ropa que ella frecuentaba “Voy ahí que seguro algo consigo”. Rápidamente se dirigió a la tienda, por suerte ya habia parado de llover. Ingresó a la tienda, seleccionó un outfit “Estos colores me van a venir bien para levantarme el ánimo” se acerca a la caja y ahí descubre que no tenía su tarjeta de crédito Visa “Oh por Dios ¿qué otra cosa puede sucederme hoy?”. Como las vendedoras la conocian, le hicieron una nota de crédito (compromiso de pago) para que pueda llevarse la ropa “Gracias chicas ¡son un amor!” Mabel sale vestida del local y al girar en la esquina, llegando a la oficina, creyó ver un fantasma “¿Pedro: qué haces aqui?” …continuará =)

Un día iba en mi carro rumbo al trabajo. Me había venido desplazando sobre el carril izquierdo a una velocidad promedio de 80 kilómetros por hora, nada afecta a mi gusto, aunque las señales sobre el pavimento y en los avisos laterales lo permiten. Había pocos carros moviéndose sobre la ancha carretera, lo que entusiasma a no pocos ases del volante a superar el límite máximo de velocidad. Después de unos pocos minutos, cuando calculé que el mejor estado de la calzada lo justificaba, hay muchos baches antes, decidí cambiar al carril del medio y bajar a unos 60k/m, velocidad mucho más cómoda para mí gusto. Pocos cientos de metros más adelante, alcancé a un carro de transporte, un camión mediano y decido mantenerme unos cincuenta metros atrás de él. No obstante, al haberme visto obligado a reducir aún más la marcha, en un par de ocasiones pensé en cambiar de carril, por lo cual revisé los retrovisores y providencialmente, no lo hice. Llegué a la altura del centro comercial Viva Envigado. Varios carros me rebasaron por la izquierda, calculé que avanzaban a más de cien kilómetros por hora. En alguno de ellos, un Subaru, pequeño, alcancé a ver un perro pitbull, de pequeño tamaño, que sacaba su cabeza por la ventana derecha, en la parte de atrás, totalmente abierta. Conociendo la vía por mis usos recientes, espero que, aproximadamente quinientos metros más adelante, se estreche. Examino el retrovisor para ganar el carril derecho y adelantar al pequeño camión. De nuevo desisto, a pesar de que no veo carro aproximarse. Luego de unos pocos segundos más, quizá unos treinta, el camión se detiene bruscamente. Aprieto el freno y me detengo a unos treinta metros. No puedo explicarme que está pasando. Creo estar seguro de que nada adelante del camión le impide el paso. Unos segundos después, observo como el conductor desciende por el costado izquierdo. Noto que una gran cantidad de algún líquido comienza a caer de ese vehículo al pavimento. ¿Agua?, ¿Aceite?, ¿Combustible? Miro el retrovisor, veo a un choche venir de prisa por la derecha, espero que pase y procedo al cambio por ese mismo carril, justo cuando una tractomula aparece a una distancia de una cuadra. El coche que me acababa de adelantar se detiene, justo al mismo nivel del camión y quedé con mi carro cruzado en la vía, medio cuerpo en un carril del medio, el otro, en el izquierdo. La tractomula hace sonar sus cornetas. El conductor que se ha bajado del camión comienza a cruzar la vía frente a mis ojos, de izquierda a derecha. Lo hace rápido, como si su vida estuviese en juego. Pero, no es por la suya por la cual él corre, no por ahora, es por la de un perro pitbull, joven, de pequeño tamaño, que avanza también hacia la derecha, torpemente, con la cola entre las patas, estremecido, reflejando en su cara el terror que siente, se dirige hacia un pequeño e inseguro espacio, que separa la vía Regional de una entrada lateral. El conductor, de unos 50 años, va tras el animal y el coche que me adelantó hace unos pocos segundos se ha frenado para darle tiempo a realizar la tarea que se ha propuesto. El ambiente se vuelve tenso, angustioso. La tractomula vuelve a dejar escuchar sus espantosas trompetas de la muerte y se acerca. Todo mi ser queda pendiente de la faena del conductor, quien carga en sus brazos al pitbull como a un bebé, gira e inicia el retorno. La vía está trancada. Solo quienes viajamos adelante, parece que sabemos qué ocurre. La impaciencia alborota al resto de los conductores. Los pitos resuenan. El conductor alcanza a pasar y a ubicarse al costado izquierdo y adelante de su camión. Un hombre de unos treinta y cinco años viene corriendo en contravía, pero orillado sobre la calzada izquierda, parcialmente bloqueada por algún arreglo que adelantan desde varias semanas atrás, razón de su estrechamiento. Se le nota jadeante. El conductor le entrega al animal y alcanzo a ver como lo recibe en brazos, como parece expresarle las gracias y comienza su regreso. El coche sobre la derecha arranca y mi carro lo sigue. El hombre joven con el pitbull trota rumbo a un carro Subaru, pequeño, detenido a unos cien metros del sitio en el hemos debido esperar a que un valiente conductor de un camión exponga su vida para salvar la de un joven pitbull, que se ha lanzado, a más de cien kilómetros por hora por una ventana abierta del coche de su confiado dueño. La muerte, por esta vez, solo ha coqueteado en la vía.

Auch - sollozo al sentir el dolor de mi mano ser lastimada por una rama, me detengo y veo lo roja que está, sacudo tratando de aliviar un poco el dolor y sigo corriendo aunque mis pulmones griten, aunque mis piernas tiemblen y mis manos resbalen por las cortezas de los arboles.
Debo correr.
Sonidos de monos chillando me acompañan en el camino, una que otra liana me ayuda a caminar pero no debo detenerme. Debería tener miedo de no ver bien en la noche, de perderme, o de que una serpiente me enrolle y me mate pero nada puede ser peor que el monstruo que dejo atrás. Mis pies descalzos ya no se hunden, miro al piso y es algo que no conozco de color negro con unas rayas blancas un camino un poco diferente.
Dos ojos brillantes se ven a lo lejos que se van agrandando cada vez que se acerca, seran los ojos del defensor de la selva. ¿Vendra por mi?.
Se detiene y sus dos ojos me ciegan, levanto mis brazos defendiendome, tanto correr y luchar para nada.
¿Se encuentra bien señorita? - Una voz, el mounstro habla, abro mis ojos y un humano sale de su cuerpo, - ¿Esta perdida?. Niego.
Ayuda - digo. Mira mis pies descalzos y mi ropa sucia.
Te llevare a la ciudad, entra. - Este hombre quiere que entre en el defensor, ¿y si despues no me deja salir? - No te hare daño, lo juro, entra al carro.
Entro a lo que el llama carro, miro a un lado y antes de cerrar mis ojos lo ultimo que veo son los arboles de la selva despidiendose.
Despierta, ya estamos en la ciudad - abro los ojos y asi como mi ultimo recuerdo fueron los arboles el primero al abrirlos son arboles aun mas grandes, gigantes, con luces que salen de su tronco, más criaturas que nos dejan montarlos y personas caminando, asi que esto es la ciudad. Vengo de una selva, de un lugar aislado con animales peligrosos y salvajes, pero no me senti tan en peligro que cuando vi por primera vez estas calles.

"Perdido "
Lo último que recuerdo fue que estos monos con atuendos extraños y con poco pelos, nos atacaron a mi y a mi manada con palos que lanzaban piedras. Ahora me encuentro en este ser gigantesco mucho más grande que maximus ( un elefante macho africano) nunca pensé ver alguien más grande y poderoso que él, que flota sobre este inmenso río y se mueve sobre él a una velocidad superior a Kovabara( una pitón) que ella era nuestra astuta enemiga.
Está tribu es muy amplia, seguro me lleven para comerme o darme de comer a sus dioses, pero me sorprendió que en lugar de esos me llevaron a un lugar extraño que no se transportan por lianas sino por unos animales que se mueven de una manera muy particular, dónde no se como bebén porque no le encuentro su boca, no sé cómo hacen para respirar en estos lugares, el aire es muy feo.
Ahora estoy en un lugar donde muchos de estos me ven y me tiran cosas , algunas tienen un sabor muy rico. Son seres raros.

Ha sido todo un disfrute hacer este ejercicio y me alegra compartirlo.

Esto dijo Jumara, cuando fue a la ciudad:

_Saicaukoro falon da imari, chiriyu ba wa talaku, fu fu guan trikmaser pigue chetu pata chuma quisque harandchu karaman po thifgnmal üruk majto läenda jara lituro pofu kindi kury ereva chuksulk fanñama pri daeba sorölh weega haratamana wousa pataranka koro siaratam cul qi gong disawevna skaols firtaemju ru sama gwrodoj.

No sabía que había más como yo, pero aún me seguía sintiendo diferente a los ellos. Montarse en aquel bestia y domarla de tal forma fue para ellos tan normal, como para mí salir a buscar un poco de agua. La bestia no paraba de sonar, a medida que iba por el camino, su rugir iba cambiando, y no sabía bien en que bestia iba, pero sí fue fácil para mí saber que tenía más poder que yo, y el hombre que la dominaba desde su cabeza con forma de piedra redonda y rama rígida, tenía más poder que la bestia, dominaba a la perfección a la bestia.

En un momento el camino dejó de ser tierra y se convirtió en una piedra que nunca había visto, tenía en la mitad dos rayas que parecían pintadas con el sol y a los lados una raya que parecía pintada con la luna, y con el avanzar, empezaron a aparecer cuevas de muchos colores, con orificios cubiertos de agua sólida. Podía ver la gente mirándome a través de ellos, y el agua se mantenía quieta, como un jaguar esperando el momento perfecto para atacar su presa, era algo mágico.

Las cuevas se empezaron a hacer más y más grandes, a tal punto que ya no alcanzaba a ver su cima. Empezaron a aparecer más como yo, pero ninguno era en verdad como yo. Sus cabellos eran cortos, llevaban su cuerpo cubierto de pieles de animales, “han de ser muy buenos cazadores”: no podía parar de pensar.

El entorno estaba lleno de excesos de todo tipo: todo lo que veía tenía mucho para ver, escuchaba tanto que no podía concentrarme en una sola cosa, olía tantos aromas que era imposible determinar que estaba oliendo, y para todos era normal, excepto para mí.

Y cuando la bestia se durmió, me bajé de su interior y los otros me veían tal como yo los veía: como algo que nunca había visto. Paraban de usar unas cajas mágicas a las que les hablaban sin parar, con las que ni siquiera se tomaban la molestia de ver el frente hacia el que caminan. Las empezaron a usar para señalarme y de ellas salían luces como los rayos cuando están enojados en el cielo.

Podía ver que se intentaban comunicar conmigo, pero era inútil: yo no les entendía ni ellos a mí. Apunto de atacarlos para que no me atacaran, una delicada mano se posa en mi espalda suavemente y puede entender, que el dueño de esa mano me está diciendo que todo está bien y que me va a proteger.

Aún lo recuerdo como si hubiera sido hace un día, la helada de la noche se fue transformando en una cálida madrugada, mi bebida caliente lo reafirmaba, la ansiedad no impidió que saliera a divisar mi hogar, siempre verde y sereno, como quien oculta las más intensas faenas, incluso bailes entre la vida y la muerte en forma de rayos y garras empapadas de sangre. Con mi mochila a bordo daba esa última caminata llena de misticismo, un mono curioso se quedaba mirándome como si tuviere algo en mi cara, era evidente el susto que me imbadía, porque a pesar que estaba acostumbrado al peligro de las cacerías, de las criaturas venenosas y de los más grandes carnívoros a medida que me alejaba todo se empezaba a ver pequeño.
Ya en el jeep wills la sudoración se volvió más intensa, pensé en devolverme, pero sabía que tenía una cita con el destino, y antes de vivir ese montón de experiencias, debía lograr la hazaña de poder volar en ese pájaro de acero, a pesar que los veía todos los días invadiendo nuestro cielo, nunca imaginé que fueran tan grandes, ¿cómo era posible?, yo los veía muy pequeños. Pero como nunca vi a ninguno caer de su vuelo decidí confiar, pero todo se agudizó cuando sentí la primera turbulencia, por primera vez en mi vida recé 2 veces seguido el avemaría, y parece que surgió efecto porque ese pájaro de acero se calmó y solo me quedaba contemplar las nubes, esas en las que alguna vez soñé vivir.
Cuando asomaron las grandes bestias, me percaté que no había mucha diferencia con mi hogar, los ríos eran ahora grises, las estampidas se veían como aparatos de colores y con pito, los monos ahora usaban jeans y eran un poco menos ágiles y los frondosos árboles eran ahora enormes murallas de cementos, solo que un poco más pálidas, ya estaba aterrizando, sabía que una vida nueva me esperaba, solo quedaba estar atento, con mis sentidos activos, porque una vez escuché en un radio de un visitante que la calle es una selva de cemento.

No entendía el camino que tenía que recorrer. Llevaba días averiguando y preguntando pues tendría que ir a la ciudad a buscar un médico porque el médico del pueblo no me podía ayudar. Había preguntado al sacerdote que me explicara y como pudo me dio un papel con las anotaciones necesarias, sin embargo, yo no sabía leer.
Primero un viaje largo en caballo hasta el centro del pueblo. Me fui con mi compadre para que se llevara de regreso mi caballo, lo sabía montar muy bien lamentablemente no me lo podía llevar hasta la ciudad. Llegando al centro mi compadre me compró un boleto me dijo, un papelito que me dio y me dijo que me subiera a un bus. Yo nunca había visto un bus tan grande, ni siquiera uno pequeño. Dijo que subiera allí y me sentara en alguno de los lugares que estuvieran vacíos. Y así lo hice, me dijo que hasta que llegar al final del camino me volviera a bajar, que allí estaría ya en la ciudad. Dormido me quedé y no sentí las horas que pasaron, ni siquiera pude ver el camino, tenía muchos nervios. Cuando el bus se detuvo vi que todos se estaban bajando. Ya llegué dije emocionado, me caí en un agujero y entonces me desperté y estaba en mi catre en mi rancho. Uff menos mal pensé, solo era un sueño y no tengo que viajar a ninguna parte. ¡Qué alivio! Suspiré.

Escribir esta historia me costó mucho, ¿cómo describir lo que nosotros conocemos tan cotidianamente en los conocimientos limitados que puede tener alguien que ha pasado su vida en la selva? Pero hice mi mejor esfuerzo y he aquí el resultado 😃))
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El rito de iniciación de Kawaki resultaba un tanto extraño, pero si el jefe de jefes, el gran Cacique Guaicaipuro, decía que era lo que debía hacer para convertirse en un hombre, entonces, no había otra opción. Un guerrero no mostraba miedo y Kawaki aspiraba a ser nada menos que el mejor guerrero de su aldea. Sus hermanos habían sido encomendados a otras misiones como infiltrarse en aldeas vecinas, robar ganado, matar un jaguar. A él se le dio la peligrosa misión de ir al mundo de los cara pálidas, aquellos pobres seres enredados de trapos y con palitos humeantes que de vez en cuando asomaban sus narices por aquellas tierras lejanas del Amazonas en busca de El Dorado.
Al siguiente día Kawaki se despertó con los primeros rayos del sol y bajó del tepuy donde se encontraba su aldea hasta el mundo de los cara pálida. No seguía una ruta específica, pero no hacía falta, nunca se había perdido en la selva y confiaba en su instinto para llevarlo a su destino. Al llegar al río esperó montado en lo alto de un árbol. Sabía que los cara pálida paseaban en sus curiaras, era cuestión de tiempo que uno apareciera por allí y lo guiara hasta su aldea. Su pueblo no había tenido mucho contacto con los blancos, por ello resultó extraño la petición del Cacique, pero el chamán lo secundó diciendo que habían tenido una visión compartida en donde el Padre Sol les habló y dijo que se debían amigar de los blancos, de lo contrario una terrible desgracia iba a caer encima a la gente de la aldea. Kawaki se sintió extasiado por tan honrada misión, pero eso no significaba que tenía idea de cómo cumplirla. Al caer la tarde escuchó el ruido de voces, risas y el olor a cigarro. Los blancos se acercaban en una canoa a chorros. Iban tan rápido que calculó que sería difícil seguirlos desde la orilla, por lo que la única opción era subir a bordo. Así lo hizo, y de forma sigilosa viajó miles y miles de kilómetros escondido entre el equipaje de los blancos como un polizón, sin que nadie sospechara.
Fue incalculable para Kawaki el tiempo que pasó acuclillado y en silencio para que no notaran su existencia. No sabía contar, por lo que el tiempo lo calculaba en días y noches, pero aquel recoveco del barco siempre estaba oscuro y húmedo. Se enteró que había llegado a su destino cuando una rendija de luz se hizo paso y se abrió como un portal, cegándolo. Los blancos empezaron a bajar sus pertenencias mientras el indio se iba con la misma discreción con la que entró. Al salir corrió rápidamente a los primeros árboles que vio y se encaramó como un mono aullador. Se sintió a salvo desde allí. La altura le permitió observar el mundo de los cara pálida, resulta que el número de ellos se había multiplicado, estaban por doquier. La aldea también era mucho más grande que cualquier shabono indígena, estaba repleto de chozas, algunas de ellas sobre otras chozas, algunos blancos iban en troncos con ruedas que echaban humo, otros a pie llenos de trapos de pies a cabeza. Resultaba obvio, incluso para Kawaki que nunca antes había tenido contacto con la civilización, que su pueblo se había quedado atrás, y que si decidían atacar, ellos tenían todas las de perder. Claro, morirían peleando, como debía ser. Pero él había sido enviado allí por el chamán y el Cacique, debía haber algo que pudiera hacer por su pueblo. Muy cerca de donde estaba, vio tres indias caminando con las manos llenas de canastos de frutas, huevos y plátanos. Estaban amaestradas, habían olvidado sus raíces, pero dentro de ellas había sangre india. Razonó que si ellas caminaban libremente, entonces los blancos no eran tan peligrosos. Decidió acercarse y hablar con ellas. La primera reacción de las mujeres fue de espanto, soltaban risas nerviosas y cuchicheaban viendo a Kawaki ahí abajo lo que los blancos se tapan y nunca muestran en público. Kawaki, indiferente, les habló de su misión, de la visión del Gran Cacique y el chamán y del peligro que corría la aldea. Una de ellas, que hablaba, indígena tradujo para las otras dos. Se llamaba Maya y era la hermana mayor. En medio de las limitaciones del lenguaje, pues Maya no era ninguna experta, explicó a Kawaki que habían pasado muchos años de la conquista, que los indígenas, negros y mulatos habían sido liberados por un hombre a caballo, que ahora eran iguales y estaban en un país llamado Venezuela, los descendientes de indios que andaban por esas regiones trabajaban en las minas o en el negocio de las maderas codo a codo con los blanco. Kawaki entendió muy poco pues nunca había oído de libertad o esclavitud, los guerreros que perdían no eran convertidos en esclavos de nadie, sino que eran desterrados de la aldea y confinados a pasar su vida en soledad, el aislamiento resultaba ser el peor castigo entre los indios. Tampoco entendió sobre las piedras brillantes que los cara pálida buscaban y mucho menos entendió el concepto de economía o país, pues todo lo que conocía era su pacífica aldea en lo alto del tepuy. Volvió a preguntar a Maya sobre algún chamán que lo guiara en su búsqueda, pero Maya no entendió muy bien a qué se refería ni que buscaba. Lo mejor que se le ocurrió en ese momento fue buscar la ayuda de la profesora Clara, quien había pasado años educando a los indígenas como Kawaki selva adentro por lo que se llevaba muy bien con ellos. Kawaki siguió a las mujeres durante un largo trayecto por la aldea blanca, vio más de esos troncos en ruedas, algunos del tamaño de un rinoceronte, otros pequeños como caballos famélicos. Sintió el peso de las miradas, nadie se le acercaba, pues tenían miedo de su garrote, aunque Kawaki pensó que era porque inspiraba respeto, pero por donde pasaba era el centro de atención. Hacía mucho tiempo que no se veía un indio puro por esas zonas de Santa Elena. La mayoría ya andaban vestidos y hablaban en perfecto castellano, aunque muchos conservaban los vocablos de sus pueblos de orígen como forma de mantener la cultura, era inevitable que estas lenguas desaparecieran con el avance de la modernización y se perdiera toda información milenaria acerca de estos pueblos ancestrales. Kawaki vió que entraron a una choza en donde había muchas sillas, y enfrente de todas ellas un tronco plano donde había una mujer blanca apoyada viendo algo que no reconoció, algo así blanco como las primeras plumas de un polluelo, pero de forma simétrica. La maestra levantó la mirada y vio a Kawaki junto con las tres mujeres llenas de canastos del mercado. Le fue difícil no soltar un grito ante aquél hombre formidable, pintado en los colores de la selva, atravesado de palos y con adornos de plumas y dientes de bestias. Maya la calmó explicándole la situación a detalle, desde la misión del Gran Cacique y el chamán, hasta la parte donde Kawaki las interceptó para pedirles ayuda. A Kawaki no le gustó mucho que la maestra fuera blanca porque por costumbre no se fiaba de los cara pálida, pero lo cautivaron los ojos color cielo de aquella mujer y los cristales que llevaba sobre éstos. Clara sintió que debía ir ella misma a aquel pueblo y ver en qué estado estaban los indios. En su experiencia como voluntaria en una ONG para el cuidado y protección de los indígenas del Amazonas, Clara había visto que muchas de las aldeas más aisladas empezaban a quedarse despobladas por la baja natalidad y por las enfermedades que los azotaban por culpa de los ríos contaminados de mercurio como consecuencia de las actividades mineras. En una ocasión visitó una aldea donde todo lo que quedaban eran un par de viejos indios deseando reunirse con los suyos en el mundo de los espíritus. Lo mejor en esa situación era entablar una línea de comunicación entre el pueblo de Kawaki y el mundo actual, así se podían proveer de medicinas, provisiones, agua potable, médicos, y maestras como ella que enseñaban escritura y lectura a los indios para que estos pudieran conservar su historia. Claramente, estos conceptos eran muy abstractos para explicar a Kawaki, por lo que Clara, que manejaba un poco de la lengua india le hizo saber que ella era una blanca amiga y que lo ayudaría a cumplir con éxito su misión. Kawaki, quien no se terminaba por decidir si confiar o no en aquella mujer de ojos brillantes, aceptó guiarla hasta su aldea si cumplía un rito para demostrar que era digna…

Hoy desperté con el primer sonido que la naturaleza me regala, un coro de pájaros y los primeros rayos del sol.
Me levanto inmediatamente, tengo que emprender un viaje que me llevara medio día hacia el poblado más cercano a la selva.
Preparo mi sute, un recipiente de jicama con agua, un trozo de carne seca, y 4 bananos. Empiezo a caminar entre la selva guiada de la ubicación de la luz de sol, se que tengo que ir en dirección a el; para ayudarme a caminar llevo siempre conmigo un palo de sauce tan viejo como yo, pero fuerte y resistente con el tiempo.
Camino y camino, cada hora el calor se hace más intenso. Paro y escucho que hay muy cerca una jabalí con sus crías, es mejor rodear e ir con precaución. Logro pasar sin ningún percance, pero aún me falta un tiempo para llegar.
Camino y camino esquivando ramas de la selva, a lo lejos logro mirar un claro de luz que me indica que falta muy poco.
Llego a una planicie, un camino de tierra, al fondo miro las casas, y unas cosas largas con ventanas, muy largas. Sigo caminando y de repente bajo mis pies hay una cosa negra que quema mis pies esta caliente, me hago a un lado para seguir caminando en la tierra.
Tan rápido como me quito pasa un tremendo ruido que me asusta, parece un caballo con ruido van dos personas montadas en el y mueven sus brazos y manos como queriendo decir algo.
Voy a paso firme pero cansada, encuentro un árbol me siento bajo su sobra, desamarro mi sute bebo un poco de agua y como la carne seca. Comiendo y descansando un poco observo la belleza de la selva sus diferentes tonos de verde, cafés y amarillos, aun a pesar de estar fuera de el, logro escuchar los cantos de los pájaros, o no se si es mi imaginación; volteo la vista a la dirección donde tengo que llegar, no se que es lo que miro moviendo de lejos, miro humo, y logro escuchar ruido.
No se si realmente quiero llegar a esa selva, o quedarme con el olor, los sonidos de los animales los colores que tiene mi hogar.

EJERCICIO
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Salimos de la selva en una especie de tronco voldaor con alas color blanco, y aterrizamos en una oscura y aburridisima versión de mi hogar, era un gigantesco espacio vacío con las cuevas mas grandes y simetricas que he visto, dónde guardaban más troncos voladores con alas iguales.
Pude observar como metían dentro de los mismo una especie de agua con frutos, al que llaman "gasolina"
Entrasmo a la gigantesca cueva con cientos de dibujos brillantes, con minicuevas dentro llenas de frutos y agua, a todo esto le llaman “aeropuerto”, al entrar a lo que llos llaman ciudad, encontré una versión de nuestra selva, pero más aburrida y oscura, había cientos de arboles, pero estos eran reflejentes y rectangulares, y muy duros, además ninguno daba frutos, creo que un señor dijo que los llamaban “edificios”

Un mandril que andaba sobre sus dos patas me subió a un refugio extraño. En lo que el sol tarda en moverse de lo más alto hacia lo más bajo del cielo, estuve encerrado en lo que parecía el interior del tronco más ancho y hueco que había visto jamás, pero con muchas cositas extrañas donde podía sentarme sin que me duelan las nalgas ni los pies. El refugio se sacudía y movía por toda la selva y mas allá sin necesidad de patas, si no sosteniéndose sobre al menos cuatro cocos gigantes. Después el paisaje empezó a perder sus árboles verdes… y aparecieron otros tanto más altos y blancos como colmillos.

Desde hace mucho hay algo q me dice que debo salir, coger otros rumbos y la cuidad es uno de ellos, siento temor, no tengo ni idea con que me voy encontrar, una mañana decidida. Salí temprano, camine hasta el puerto, tome una lancha que me llevaba al pueblo y estando allí tome un autobús hacia la cuidad. Cuando llegue mis ojos vieron algo… completamente diferente a mi hogar, no había árboles, ríos animales, solo habían personas parecidas siguiendo no sé qué. Ese día una persona me hablo me guio hacia un lugar, llamado iglesia para buscar refugio mientras me estabilizaba en la cuidad. Allí me refugie unos días, lo suficiente para aprender lo que necesitaba. El padre me recomendó para trabajar en un restaurante donde conocí a un estudiante del universidad nacional Jesús se llama mi amigo desde ese día. Ese día el me hablo de su vida en la cuidad, de su carrera, de muchas cosas que llamaron mi atención. Un día mi amigo, me enseño un libro de Mario Mendoza me llamo tanto la atención que lo pedí prestado y lo ley en poco tiempo. Tiene un amanera de atrapar al lector de expandir la mente de una manera sorprendente. Desde aquel día todo cambio para mí, empecé a leer más a estudiar a capacitarme y a comprender que mi hogar es la naturaleza estar tranquilo y me propuse comenzar de nuevo desde cero y devolver sentido a mi vida buscando el rastro de una tribu misteriosa, <los hombres invisibles>, los últimos indígenas de América que aún no han entrado en contacto con la civilización.

Mi nombre es Joseph. Una hermosa tarde en la selva fui a jugar fútbol con mis amigos. Yo era considerado el mejor del equipo, marcaba muchos goles y jugaba regularmente. Pero ese día, no fue un día corriente.

Ese día, dos reclutadores británicos fueron a ver nuestro juego, al sorprenderse, fueron a hablar con mi madre y mostraron interés por llevarme a Inglaterra a jugar en la 5ta división Inglesa. Hablaban de un “avión”, algo muy parecido a un pájaro con alas pero de material fuerte como el tronco de un árbol y que era más veloz que una gacela.

Pasaron los días hasta que llegó la fecha del vuelo, ansioso por saber qué era un avión, llegué al “aeropuerto”, un lugar que parecía un corral donde todos los caballos eran atados y descansaban para luego transportar gente.

Minutos después, me subí a esa enorme ave, volamos por horas, vi las nubes, volé más alto que las águilas y por fin conocí qué es un avión.

He llegado al fin. Prometieron que sería maravilloso, que vería cosas extraordinarias en este lugar llamado “ciudad”. La primera vez que me indicaron que volaría a la ciudad, de hecho, imaginé que habían inventado un mecanismo que nos permitiría volar tal cual lo haría un ave, y no podía esperar a tener una experiencia tan maravillosa. Sin embargo, grande fue mi decepción cuando tuve que ingresar a algo que tenía la forma de un ave, pero sin su gracia ni hermosos colores. Ya en la ciudad, me regalaron una caja, muy pequeña y muy delgada. Me dijeron que a través de ella podría comunicarme con mi familia en la selva, que a ellos se les daría una de esas cajitas también. Espero que ellos sepan cómo usarla y se logren comunicar conmigo de alguna manera, yo quise lavarlo en esos pequeños manantiales que existen aquí en la ciudad, y cuando volví para que me enseñaran a usarlo, me dijeron que había malogrado la cajita. Es de noche ya, y dormiré en una de estas chozas que no crecen hacia los lados, sino hacia arriba, es tan raro.

No conocía nada de una civilización, sólo me había criado con animales. Hasta que un día me atreví a ir hasta el fina del río y ver árboles de piedra, y brillantes como el río.
Todos me miraban raro, y eran iguales a mi. Al parecer, yo era el perdido

Han pasado 5 años desde que llegué al nuevo mundo. Ya puedo hablar de una forma en que los del nuevo mundo me entienden. Estas personas llegaron un día cualquiera, recuerdo que era de mañana y estaba lloviendo un poco. Los vi llegar en sus barcos pero ellos no me vieron a mi. Llevaban ropas largas como las que yo llevo ahora y sostenían pequeños techos sobre sus cabezas para protegerse de la lluvia. Unos desempacaron en la paya y otros entraron a la selva buscando algo sin saber qué buscar. No estaban cazando, eso se notaba. Estaban explorando como me explicaron después. Al darme cuenta de lo vulnerables que eran decidí erguirme como ellos y acercarme. Su primera impresión fue de sorpresa y pensaron que estaba en peligro por lo que intentaron ayudarme. Mi primera impresión al estar cerca de ellos era que olían diferente, todos olían igual a mí pero al igual que con la ropa usaban un olor para cubrir su olor. Parecían avergonzados siempre cubriéndose frente a sus iguales. Me enseñaron su lenguaje, sus costumbres, su forma de organizarse como grandes grupos llamados paises y otros pequeños llamados ciudades. Quise entender más, así que me subí a su gran barco mientras pensaba “ahora yo seré el explorador”.

Gracias por ese enfoque

Una ciudad en lenguaje de selva…
Me imagino a Tarzan salir de su mundo cotidiano a la civilización diciendo:
“Esta selva es muy diferente a la mía. Para empezar, el suelo es mucho más duro, casi no hay color verde, noto mucho gris a donde quiera que voltee. Los animales son como algo que nunca había visto, muy pequeños, débiles, con poco cabello y a pesar de que todos son distintos de la cara, tienen cierta similitud entre ellos. Los árboles no se escalan, sino que se entra a una especie de cueva a ellos pero es extraño, solo se puede entrar cuando el sol está en el cielo, después de que se oculte la gente sale y no regresa hasta el día siguiente.”

Me encanta está idea, en la composición musical se usa también contar la historia desde primera segunda y tercera persona.

Mi Viaje de la selva a la ciudad
Buscando fotos en el baúl de mi abuelo, encuentro una vieja libreta. Al abrirla las hojas desprendían ese aroma especial que tienen los libros viejos, sus hojas estaban amarillas, algunas ni se podían leer.
Pasando página por página comienzo a ver diferentes dibujos y textos que mostraban un viaje desde la selva a la ciudad donde nos encontrábamos.
Me dio mucha intriga, quería saber de que se trataba, parecía toda una aventura, sería de mi abuelo? nunca me dijo que había estado en la Selva.
Los dibujos mancaban un mapa con una cruz que decía “El tesoro de la Isla perdida”, sentí por un instante nerviosismo, quería saberlo todo, será verdad?, habría un tesoro?, quien sabría esta historia?
Recosté mi espada contra el baúl para sentirme mas cómoda, puse atención en cada página, cada dibujo parecía una viaje fantasioso de algún cuento misterioso.
Además de esos dibujos, del mapa, había un relato de un niño que había viajado de la Selva ala ciudad. Se trataba de un niño que había aparecido solo en la Selva y quien relataba el viaje eran los propios dibujos del niño, quien parecía que no sabía escribir.
Con mucha imaginación logré descifrar lo que para ese niño fue el viaje en avión, seguramente no entendía lo que le estaba pasando ni donde se encontraba.
El dibujo era impresionante, no necesitaba ningún texto que acompañara explicar lo que para él fuera ese viaje, se trataba de un gran pájaro, con sus alas bien abiertas y un niño con mirada miedosa sobre el.
En ese momento escucho pasos, era mi abuelo que me estaba buscando

  • Felipe! donde estas?
  • Acá abuelo en el cobertizo, buscando fotos en el baúl!
    El abuelo se acercó a Felipe y reconociendo su libreta con lágrimas en los ojos, le cuenta la historia del viaje de la Selva a la Ciudad de ese niño que habían encontrado perdido en una exploración donde fue asignado hacía muchos años.

Mi primer viaje en ciudad

Yo nací y crecí en la selva de la amazona, era originario de las tribus que hablan las lenguas nativas de América, con la ayuda de muchas personas que llegaban a nuestra aldea aprendí a hablar Castellano.

Cuando cumplí los 18 años un científico me insistía que viajara a la ciudad a hacer una investigación sobre las plantas medicinales que utilizábamos nosotros para curarnos, ya que el pensaba hacer nuevas pastillas con esas plantas.

Bueno un día decido ir a la ciudad, el científico me dice “Súbete a mi coche” 🤔 me quedo pensando cómo íbamos a caber dos personas sobre un coche. Luego él me explica que es un automóvil, wow digo al momento de verlo y ver que podía caminar el automóvil más rápido que yo.

Llegamos a la ciudad y comencé a ver que había cientos de coches, comenzamos a caminar hasta que llegamos un semáforo y el científico me dice ¡Alto! Ahí vine un jaguar muy rápido. Cuando escucho eso, salgo corriendo a esconder detrás un coche que estaba parqueado.

Al científico le costó encontrarme, luego de un rato que paso buscándome me encontró y me pregunta ¿Por qué saliste corriendo? Le comento que sentí miedo al saber que jaguar 😸 venía muy rápido, ya que había tenido problemas anteriormente con esos animales.

Pasado ese momento el científico me explico que era un automóvil, fue así como comenzó toda una travesía poder en la ciudad luego de dejar mi querida y amada selva.

Hace unos días hablaba con algunos “guardabosques”, gente que nació en la “ciudad” pero cuidaba nuestra selva de otra gente que quería destruirla. Sus relatos sobre su hogar, llenos de magia y misterio, me causaban mucha curiosidad, por lo que decidí emprender un viaje con uno de ellos para conocer ese lugar. Estuve algún tiempo y al regresar, los miembros de mi tribu no podían creerme cuando les hablaba sobre mi viaje, pero seguro de lo que allí había visto les contaba:

—La gente de allí aprendió a domar a las piedras, e hicieron colmenas gigantes por todas partes, eran inmensas y tenían muchos huecos tapados con algo transparente como la savia de los árboles, pero muy endurecida. Entre las colmenas había senderos de piedra, y entre algunos senderos había ríos también petrificados, en donde pasaban grandes animales, parecidos a escarabajos, pero muy grandes, que por dentro llevaban más gente. Estos escarabajos eran peligrosos, no se podía pasar por el río petrificado cuando ellos corrían por él, y además su coraza era muy dura.
» Existían algunos árboles como los de acá, pero también se veían árboles extraños, muy duros. Algunos tenían lianas grises que llegaban a otros árboles, otros tenían fuego de colores, algunos tenían estrellas dentro. Había mucho ruido por todas partes, era como escuchar una tormenta con relámpagos; una catarata; insectos, ranas, y aves con cantos extraños, a veces todo al mismo tiempo.
» En algunas partes de la ciudad, dentro de las piedras, había cuevas, en donde una serpiente gigante se detenía, abría muchas bocas, la gente entraba, la serpiente se iba y así, ellos se movían más rápido de un sitio a otro.
» Por las noches dormía en un sitio dentro de una colmena, que quedaba separada de los demás sitios de ella por una pieza de madera. Adentro de este sitio había algo muy extraño: una piedra en donde se podían ver personas, animales, y otras partes de la ciudad. Era una piedra mágica…
Iba a continuar mi descripción, pero todos en la tribu rompieron a carcajadas con el relato de la piedra mágica. El chamán de la tribu me dijo que algún “espíritu travieso” me había poseído, por lo que decidió limpiarme con un baño de hierbas para despojar su mala influencia. No repetí el relato otra vez, pero decidí que pronto y en secreto, emprenderé mi segundo viaje.

Los árboles, el hermoso amanecer y el limpio y dulce aroma azotaba mi pequeño refugio al que llamaba “Casa” en la selva, todo iba bien hasta que un día escuché un sonido monstruoso y fui a revisar, no sonaba como un jaguar o un ave y cuando llegué me di cuenta de que había muchas más personas como yo, estaban talando los árboles de la selva con unas cosas gigantes parecidas a los elefantes que reflejaban el sol, a mí no me gustó lo que estaban haciendo, ya que era el hogar de muchos de mis amigos animales, así que con mi básica lengua que había aprendido con varios encuentros humanos antes, ya que yo vivía solo en la selva hablé con ellos y me dijeron que cualquier cosa levantara un acta a una llamada “Institución protectora” o algo así, al día siguiente me preparé bien, llevaba comida y mis herramientas de siempre, incluso un poco de dinero que a algunas personas habían dejado tirado cerca de la selva y así empezó mi viaje a la ciudad, tuve que tomar algo llamado “Camión” era igual que los elefantes refractivos de antes, pero se movía más rápido como una pantera y llegué rápido al refugio humano, tenía árboles llenos de material refractivo gigantescos, con el viaje al camión me había quedado sin dinero, estuve preguntando por esa llamada “Institución protectora” pero la mayoría de las personas me miraban feo por mi aspecto y me ignoraban, hasta que una amable mujer que estaba en un “Centro de apoyo” me dio ropa nueva, era muy bonita y olía bien, también me dio comida y me dijo dónde era, yo le agradecí y le intenté pagar con fruta, pero me rechazó, así que partí por el camino que me había dicho y llegué a un árbol refractivo, no tan grande como los del inicio, pero si más grande que un elefante, así que entré y tuve mucha suerte. ya que cuando le dije lo que ocurría a las personas que había ahí dentro me prestaron mucha atención y se organizaron para acabar con los taladores de árboles, después de eso dormí en un árbol en un llamado “Parque”, ya que era el único lugar con áreas verde y no esa muy caliente y dura “banqueta”, al día siguiente fui de nuevo ahí y me dijeron que la única forma de detenerlos era tomando fotos de la vida silvestre y haciéndolo público, así que fuimos con un tal alcalde y lo expusimos, hubo mucho revuelo, cuando salimos de donde estaba el alcalde había un montón de aves luminiscentes afuera del lugar, que lanzabas destellos y repetían las mismas preguntas como si de cotorros o pericos se tratasen, así que después de eso me subí a un águila gigante hecha de un llamado “Metal” y me llevaron hasta mi casa en la selva, después de eso me enseñaron a usar una tal “Cámara”, ya que se fijaron que me podía acercar a los animales y estos no huían de mí, tome muchas “Fotos” y ahora con esas fotos que salen en una llama “revista” que irónicamente está hecha de árboles se gana dinero vendiéndola para así replantar el bosque y ayudar a la naturaleza, además de que con eso de vez en cuando me traen cosas y me construyeron una casa de madera en un árbol en la selva.

VIAJE A LA CIUDAD
Y fue así que partimos a la gran ciudad, debíamos acudir a las autoridades para que garantizaran la protección de nuestras tierras, grandes santuarios que se deberían proteger para toda la humanidad, nos llevaron en algo que le llamaban camioneta era como una caja muy grande en la que entran personas y se mueve por si sola pero una persona la va guiando como a una mula, tenía ventanas con una lámina transparente llamada vidrio es como el agua pero solida la podías tocar y era dura pero podías ver a través de ella también tenía bancas blanditas como colchones y muy cómodas donde nos sentamos, la camioneta iba muy rápido por un camino negro muy liso no se sentían agujeros ni piedras parecía que viajabas sobre piedras muy lisas como las del rio, en eso llegamos a un aeropuerto que es un lugar donde bajan aviones que son como aves gigantes pero de metal como el de las herramientas, parecido al material de la camioneta, en esas aves entra la gente y vuela por el mundo es como del reino de los espíritus, nos metimos en el avión con mucho miedo pues hacia un ruido muy fuerte y volaban mucho más rápido que cualquier ave, tenía bancas como las de la camioneta y nos hicieron amarrarnos en ellas con cuerdas muy planas y con broches muy grandes, no pude evitar gritar se sentía muy mal mi cuerpo cuando iba volando, pero fue fantástico ver las nubes por las ventanas y los valles y ciudades, todo se ve muy pequeñito, en eso bajamos al aeropuerto de la ciudad era muy grande es como una casa pero más alta que los árboles y larga más que todo el pueblo es como una caja grandísima y el piso era como de piedras pulidas tanto que brillaba y hasta era resbaloso también adentro había mucha gente de diversas formas y tamaños que iban para todos lados.
El guía nos llevó a otra camioneta donde estaba había muchísimas más de muchos colores y tamaños no sé cómo las reconocen muchas se me hacían iguales y se fue por algo que llamo avenida que es como un camino muy ancho y tiene cosas pintadas por el viajan muchas camionetas que no sé cómo le hacen para no chocar van muy rápido y muy cercas unas de otras es aterrador, en eso entramos a la ciudad y fue lo más increíble había casas llamadas edificios tan altos como montañas un junto a otro pero eran cientos eran como de piedra y de vidrio muy brillante, son huecos y la gente vive y trabaja dentro de ellos, también había luces por todos lados como el de las lámparas, por la noche las calles se ven como si fuera de día y hay luces que cambian de color para que las camionetas avancen o se detengan, es increíble como viven allí no vi animales ni siembras por ningún lado, a nosotros nos llevaron comida muy extraña a nuestro edificio donde nos quedamos a dormir pero tenía muy buen sabor nunca había probado esos condimentos, al día siguiente conoceremos al secretario que nos ayudara con nuestro problema.

Ayer, luego de la fiesta en mi comunidad todos bebimos hasta quedar dormidos. Me gustaría decir que fui el primero y no me acuerdo, pero quedé de pie hasta el último. Cuando cerré mis ojos, todos estaban recostados. Pero al despertar, nadie estaba. Busqué a toda velocidad detrás de cada hoja, en cada árbol de cada espacio cercano. Pero no los encontré. Ni en el río, ni las chozas y menos en las ramas.

Entonces, pensé en buscar allá. Donde ninguno iba porque todo era más chico, según lo que nos contó el jefazo. Nadie en mi clan gustaba de esas chozas de piedra pulida y pintadas, aunque nadie había visto más allá. Cuando la selva se acababa. Esta era mi oportunidad.

Caminé hasta donde los árboles escaseaban y vi a lo lejos, una gran serpiente plana. No tenía fin, pero sí una raya blanca que recorría su lomo. La miraba y pensaba. ¿Si llego a la cabeza de este animal, encontré a mi familia? Caminé con cuidado. Porque cuando el sol estuvo sobre mí, la serpiente quemaba.

Luego, vi capibaras gigantes con gente encima. Ellos anunciaban su llegada a mi lado antes de que siquiera los viera y cuando recuperaba la mirada. Solo veía el viento y algo de polvo que levantaban. Cuando se podía, salía de la serpiente y caminaba sobre mi tierra. Cuando era imposible, volvía. Luego de varias horas, llegué a una choza de piedra blanca. Tenía a un hombre con el pecho cubierto y una expresión de miedo. O asco, lo recuerdo. ¿Me puedes ayudar con esto? Quiero saber dónde estoy, le decía. Él no entendía y con un palo que tenía signos raros y colores, me sacó de su choza.

Luego, llegó la noche y seguí caminando sobre la serpiente. Seguro, cuando los encuentre, les cuente.

Era la tercera vez que venían esos extraños sujetos con pies fuertes y mucho plumaje, en cada ocasión nos hablaban de ciertas maravillas que nos proveía el exterior, pues según ellos, había muchas más tierras fuera de la tribu. Me di cuenta de que, cada vez que venían, nuestra gente disminuía, muchos se sentían atraídos por las cosas que ellos contaban y embarcaban un viaje junto a ellos para no volverlos a ver, y aunque tuviera estos pensamientos, jamás pensé que llegaría el momento en que escucharía a mi gran padre decir que seríamos los siguientes en tomar la invitación. Yo no quería, pero a mi padre lo convencieron de que podría obtener riquezas y miles de piedras preciosas con algo que parecía una hoja de maíz, como una pluma, solo que este se mojaba y perdía su utilidad. A mí parecer, las piedras cristalinas que encontraba en el río eran más lindas que las de colores extraños que ellos nos mostraban, sobre todo esa de color rojo vivo, que me hacía recordar la sangre de las heridas que me hacía cuando iba a cazar.
A las dos lunas siguientes emprendimos el viaje. Mi madre, mi hermano pequeño y mi padre salimos a paso de los dos señores con mucha piel encima y una extraña cosa que llevaban sus cabezas para evitar el sol. Caminamos por mucho rato, ya dejando los límites de la tribu y a pesar de que éramos más conocedores del lugar, aún seguíamos expectantes adónde nos conduciría esta aventura. Luego de varias horas de camino, finalmente llegamos a una planicie donde nos esperaban otros señores junto a una libélula gigante que rugía. De inmediato me asusté y empecé a llorar, sabía que esto sería nuestro fin y tendríamos que rogar el perdón a los dioses por haber abandonado la tribu. Nuestros acompañantes le insistieron a mi padre y madre en tomar la oportunidad y confiar en ellos. Yo no lo hacía, pero si mis padres lo decidían así, no había manera de retractarse. Después de tanto palabrerío, los convencieron en que era buena idea meternos en el estómago de esa libélula, la cual supuestamente nos llevaría a nuestro destino; yo estaba muy aterrada una vez dentro, era una superficie fría y dura, sin contar los ruidos que hacía en su interior, como si estuviera a punto de engullirnos de un solo trago.
El viaje se demoró alrededor de dos partos de leopardo, y cuando llegamos a tierra, simplemente la sorpresa era mucho más latente. Había otras libélulas gigantes y unas parecidas más a un ave, había también personas que hablaban con rocas negras que respondían solas, y también carpas enormes de barro endurecido y de diferentes colores. Para mí, todo me parecía confuso e impresionante, aunque tenía miedo y desconfianza, sentía la libertad de aprender nuevas cosas, como saber la forma en que alumbraban unos palos en la oscuridad o las rocas hablaban y enviaban información.
Mis padres y mi hermano (sobre todo mi hermano), también se mostraban perplejos con su alrededor, y por primera vez desde que había salido de mi tribu consideré una gran ventaja el haber tomado este viaje lleno de aventuras para un nuevo comienzo de vida junto a mi familia. Quería de pronto regresar a la selva para contar todo lo que había visto y definitivamente sería una estupenda historia que contar a mis amigos a la luz del fuego mientras disfrutábamos de la cena.

¿Dónde estoy?
Este sitio tiene un olor extraño, como aquella vez que se incendió una isla cercana y muchos hermanos murieron calcinados por los llamas. Huele como si se dejara madera mucho tiempo a secar y luego se quemara por los rayos del sol. En otras partes huele como si un animal hubiera muerto y se le dejara todo el tiempo allí, pudriéndose.
El ruido de este sitio es espeluznante, no se oye el canto de los pájaros, no se escucha el mar, no se percibe el sonido de los ríos. No se siente el ruido que hacen las cosas al caer, como cuando un coco cae de la palmera y sabes que puedes irlo a recoger. Este lugar tiene un ruido extraño, ensordecedor, abrumante, el ruido de este sitio hace que sientas como se te rompen los oídos.
Todo tiene vida propia, las cosas se mueven por si solas y dentro de ellas se transporta muchísima gente, más de la quizá pueden llevar. Otros objetos movilizan menos personas y pareciera que van más rápido, pero en ciertos lugares estos objetos se detienen, uno detrás del otro y que allí quietos, como congelados y emitiendo esos sonidos que te aniquilan la audición. Como si esto fuera poco, otros objetos como aves gigantescas, surcan los cielos, haciendo aún más ruido que los objetos terrestres, solo que los aéreos son más difíciles de ver.
Hay humanos también, muchos, demasiados, algunos tienen que caminar de medio lado por que no caben en un solo espacio. Visten ropas extrañas, diferentes, todos tienen atuendos distintos, usan algo en los pies, como una goma que los protege, caminan con un rumbo fijo, pero no se miran entre sí, no hablan, sus ojos están puestos en el camino o en unos objetos que aprietan con sus manos, algo así como una piedra con forma de rectángulo, no logro entender porqué no dejan de mirar este artefacto, sus cabezas no se erigen como la de cualquier ser humano, sino que se encorva con el objetivo de seguir observando eso que cargan en sus manos. Me pregunto cómo se comunican sin siquiera hablar, ¿hablarán quizá? Son seres muy extraños.
Tengo miedo, este sitio es extraño, huele mal, tiene objetos mágicos que en su interior cargan a otros seres humanos, y otros más pequeños que suelen detenerse unos detrás de otros y empezar a emitir chillidos ensordecedores. Este lugar tiene unos seres humanos extraños, que no se comunican entre sí y que solo observan el objeto que cargan en sus manos.
Este es el peor lugar del mundo. Quiero regresar de donde vine.

Amada madre:

El Sr. Matías insiste en que raye esta pila de hojas color nube para practicar el llamado “idioma español” que durante 2 años me ha enseñado en Lalongo, la selva donde nací.

Por primera vez, visite una ciudad. Una águila de fierros voladora nos ha traído hasta aquí. Pensé que al entrar en ella moriría como los peces cuando las águilas los devoran.

Todo es extraño, La gente parece estar deprisa. Los hombres usan telas para decorar sus cuellos. Es como si quisieran presumir quien tiene la lengua más larga y colorida. Estoy seguro que si se les preguntará porque la usan ninguno daría una respuesta lógica.

Veo personas que no son de aquí. Nadie les habla. Parece que piden ayuda, pero los de las lenguas en el cuello solo siguen su camino mientras se ponen en la oreja piedras rectangulares que dé alguna manera los hipnotiza con su luz.

Los que piden, se ven desgraciados, no se porque han dejado sus hogares. Tal vez sus selvas se quemaron o el jefe los expulsó. O tal vez como a mi algún hombre les contó que la ciudad es maravillosa y deben vivir aquí para ser felices.

Es ya de noche, pero no veo las estrellas, solo se ven luces de unas cosas raras que tienen ruedas. Son como nuestras balsas donde ponemos a nuestros muertos antes de dejarlos caer por la cascada, pero con ruedas y con dos ojos de fuego que iluminan su camino.

Aquí no hay arboles, existen largos caminos hacia el cielo llenos de luz, donde las personas viven unos sobre otros.

Ojalá mi madre estuviera aquí, jamás me creería tantas locuras. Aquí la gente duerme hasta tarde. Ya hace 3 horas que se fue el sol y al parecer todos se sientan frente a un cuadro, parecido al agua cuando te reflejas en ella, solo que este saca personas hablando y haciendo cosas graciosas.

Ahí nos sentamos 3 horas viendo como una familia tiene muchos problemas y al final termina como inicio. Me hizo recordar al tío Gonba, todos los días que promete matar a ese gran animal para que todos comamos y solo regresa con bichos.

El Sr. Matias me ha invitado a seguir aprendiendo de su gente en una jaula donde meten a todos los niños durante el periodo del sol cada día a aprender mientras se sientan en troncos con una base para la espalda.

No le veo sentido, yo prefiero seguir aprendiendo del maestro, ahí en la naturaleza, haciendo las cosas, no solo escuchando historias.

Le pediré al Sr. Matías me regrese con ustedes. Conocí el caos de sus ciudades y prefiero vivir contigo y el tío Gonba en la selva.