Félix es un gato solitario que dormía en el tejado de un motel. Todas las tardes sale de su residencia para ir a pasear por toda la ciudad. Pero siempre que pasaba por el barrio Hobbiton, veía una casa abandonada y toda extraña, en la cual él siempre tuvo la curiosidad de indagar qué había dentro de esa casa y qué misterios guardaba dentro de ella. Él siempre escuchaba comentar a las palomas, que en esa casa todas las noches se veían las luces encendidas y se escuchaban ruidos extraños y espeluznantes, lo cual esto le daba a Félix más curiosidad de saber qué se aguardaba en esa casa extraña y abandonada.
Hasta que un día Félix se decidió, al fin, de entrar con mucha valentía a la casa abandonada, y poder darse cuenta de lo que había y de lo que se aguardaba dentro de ella. Félix, sin pensarlo más, se escabulló hasta llegar a una de las ventanas que se encontraba abierta y poder entrar a la casa.
Ya estando dentro, este estuvo explorando toda la casa a ver qué podía encontrarse. Pero sin haber encontrado nada y darse cuenta de que es una simple casa abandonada en la cual no hay más que escombros y mucho polvo, Félix quedó decepcionado y no le quedo más que devolverse a la ventana en la cual había entrado. Al haber llegado a la ventana este se dio cuenta de que la ventana estaba cerrada. Félix intentó abrirla con todas sus fuerzas pero esta no abría. Félix sin tener la manera de salir, vio cómo pasaban las horas hasta que este, de repente, se quedó dormido.
Llegado la noche, cuando Félix despertó, se dio cuenta de que la casa había cambiado, ¡esta ya no era una casa llena de escombros y con mucho polvo, sino que, ahora estaba muy bien decorada con unos grandes gabinetes de madera y unas hermosas lámparas que la alumbraban! El gato aterrorizado (y a la vez sorprendido) por lo que acababa de ver, intentó de escapar con mucha desesperación. Sin éxito de poder escapar, pues todo en la casa estaba bloqueado, Félix comenzó a escuchar una voz con eco que le hablaba: “No tienes a dónde ir, te tengo encerrado y no pienso dejarte ir”, le decía la voz.
“¿Quién eres tú y por qué no sales a dar la cara, cobarde?”, preguntó el gato. “jajaja, acaso no te das cuenta. Soy yo, la casa abandonada”, le respondió la voz con mucha gracia, que al fin y al cabo, era la casa la que le hablaba. “No te asustes, no pienso hacerte daño. Solo que hace mucho que no estoy y juego con nadie, y la verdad que ya no quiero estar más en esta soledad ¿puedes jugar conmigo, por favor?”, le comentó la casa al gato. “Ok, ok, lo haré. Jugaré contigo, pero debes prometerme que cuando terminemos me dejarás ir”, respondió Félix. Siendo ya de medianoche, estos dos pasaron horas y horas jugando, divirtiéndose y riéndose con los chistes que el uno al otro se contaban. Ambos disfrutaban tanto, que ni cuenta se dieron de la gran relación que estaban forjando al estar el uno con el otro.
“Bueno, creo que ya es hora de que te vayas. Ya se ha hecho muy tarde y puede ser muy peligroso que andes por ahí solo”, dijo la casa abandonada. “Y de verdad muchas gracias por haber jugado conmigo, hace mucho que no me divierto con nadie y la verdad me hacía falta esto”, agregó. “Tranquilo, yo también me divertí mucho de haberme quedado aquí contigo ¿Qué te parece si puedo quedarme a vivir contigo, o bueno, mejor dicho en ti?”, le comentó Félix. A lo que la casa le respondió: “¿De verdad? Pues claro que puedes, no sabes cuánta falta me hace una buena compañía”.
Y fue así como el gato Félix se quedó a vivir en la casa abandonada, a esperar cada día que llegara la noche para que su amiga, “la casa”, apareciera. Y así, poder divertirse juntos y nunca tener que sentirse solos de nuevo. FIN