En este vídeo veremos letra a letra por qué cada letra del alfabeto latino tiene esa forma, y para ello tendremos que bucear hasta los orígenes del signo. Muchas veces eso nos conducirá a los jeroglíficos egipcios y otras veces a un alfabeto antiguo llamado el protosinaítico.
El objetivo será ver cómo los fenicios se basaron en esos signos para crear un alfabeto fonético que dio origen a nuestro alfabeto, el latino, y para ello tendremos que conocer el alfabeto griego, pues es el eslabón entre ambos. <— Tomado literalmente de youtube.
Transcripción
EL ORIGEN DE LAS LETRAS
Hacia el año 1370 a.C., el idioma más hablado en la región de Mesopotamia era el acadio.
Sin embargo, un rey de Ugarit llamado Niqmaddu II decidió construir en la ciudad una gran biblioteca y atesorar en ella los textos más importantes relacionados con su religión e historia.
Muy poco se salvó de aquella biblioteca, pero en ella encontraron la primera evidencia del idioma ugarítico, una lengua local que usó por primera vez un sistema gráfico tipo alfabético, con 31 letras representadas mediante signos cuneiformes.
Parece que esto evolucionaría hasta el alfabeto fenicio, que abandonó el cuneiforme, porque para escribirlo en tablillas de arcilla bien, pero era raro para escribirse en papiro, que era lo que estaba de moda.
Necesitaban algo más sencillo, para que cualquiera pudiese aprenderlo y poder hacer negocios.
También hay evidencias en la península del Sinaí de un alfabeto adaptado del egipcio llamado el alfabeto protosinaítico, que también podría estar vinculado con el origen del fenicio.
El alfabeto fenicio se escribía de derecha a izquierda, tenía 22 caracteres, cada uno representando un sonido, y sólo 1 de ellos era una vocal, la A. Parece ser que esta vocal no apareció hasta la época púnica.
Este tipo de alfabetos sin vocales se llaman Abyades, y eso explica por qué el hebreo y el árabe no tienen vocales en sentido estricto, sino que se les añade puntos y mierdas para formarlas.
Los griegos, que también adaptaron su idioma a este alfabeto, decidieron dejarse de polladas y crear signos vocálicos, y de ahí saldría el etrusco y después nuestro alfabeto, el latino.
Para crear estas primeras letras las asociaron al fonema de una palabra común que comenzase por tal sonido.
A, considerado el sonido más natural de los humanos y que hasta los mudos pueden pronunciar, es probable que deba su representación gráfica al álef fenicio, que significaba “buey”.
Su símbolo pudo comenzar siendo la cabeza de un buey que fue girando con el tiempo.
Durante mucho tiempo circuló la teoría de que su origen estaba en los antiguos trípodes para sacar agua mientras la gente jadeaba.
Luego daría origen a la Alfa griega, de donde saldría la mítica expresión bíblica de “el alfa y el omega”, el principio y el fin.
El sonido B existe prácticamente en todas las culturas existentes, y seguro que pensáis que está relacionado con las ovejas.
Bet era casa, y se dibujaba como una especie de tienda de campaña o edificio básico. Daría origen a la Beta griega redondeando su forma. Los romanos apenas la usarían, eran más del fonema u-v.
Las letras C y G están íntimamente ligadas. Parece ser que este signo de Gimel era un arma rollo honda o búmerang, y luego derivó en camello o dromedario, representando su joroba al parecer.
Daría origen a la Gamma griega con la que se representaba el sonido g y la Kappa para el k. Los latinos juntaron estos dos sonidos en la C, no se sabe bien por qué. La cosa es que tenían tres fonemas /k/, pero ninguna letra específica para el sonido /g/.
Y tiempo después, un tipo llamado Espurio Carvilio, para evitar liadas innecesarias, inventó la letra G actual solo para ese sonido.
El pifostio fonético de estas dos letras perdura en castellano: la C puede ser k, z o che, sin contar las ces dobles, y la G la misma g o la j, con u o sin u.
Además la C es S en ruso y en andaluz. Puta polifonía. Además, más tarde, los visigodos introducirían la C cedilla en Europa que el castellano acabó quitando durante la Edad Media.
Nuestra querida D procede de un jeroglífico egipcio que significaba puerta. Primero como rectangular y luego triangular, pues así eran los trozos de piel de las puertas de las antiguas tiendas de campaña.
La letra se llamaba Dalet. Otra teoría siguiere que proviene del ideograma de un pez del alfabeto protosinaítico. La forma triangular llegaría hasta formar la Delta griega.
Un tipo rezando podría ser el origen de nuestra E. Hillul era admirar en jeroglífico egipcio. Otros dicen que el He semítico representaba una ventana.
Sea como fuere, de ahí saldría la Épsilon griega, girada por la moda del bustrofedón, que sería nuestro sonido vocálico E, y que generalizó el latín.
Eso sí, durante el medievo en Inglaterra ocurrió el Gran Desplazamiento Vocálico, fruto de migraciones y confluencias de muchos dialectos, y eso acabó haciendo que los ingleses pronuncien las vocales como cambiadas de orden.
En los tiempos protosinaíticos, Wau era un sonido representado en una especie de maza, cuya forma redondeada iría abriéndose hasta dar lugar a la Y griega, la ípsilon.
La F evolucionó de aquí y los griegos crearon la Digamma, que sonaba como una w, y los romanos le dieron su sonido actual, pero estuvo durante mucho tiempo, hasta casi el siglo XIX, eclipsada por el dígrafo ph que provenía de la griega Fi, que se quedó sin representación.
La V también viene de este signo Wau, aunque no apareció hasta el latín. La U, por su parte, apareció por el siglo cuarto en el alfabeto latino. Era una variante de la V y a veces se convertía en una vocal. Mucho más tarde ya se diferenciaron: V para consonante y U para vocal.
Y llegamos a la W, que tiene origen germánico, visigodo. O quizás fuesen los mismos latinos quienes decidieran crear una nueva letra para el sonido w, que no conocían pero que sí usaban estos pueblos del norte.
Al castellano llegó porque muchos eruditos del siglo XVII veían imposible traducir nombres de reyes y lugares de historias del pueblo germánico.
Y es que incluso ahora es un poco lioso las traslaciones de la W extranjera a nuestra pronunciación: puede ser una v o b, como Wagner o vater, y también una gu o u, como Washington.
El origen de esta letra está en el het egipcio, que significaba verja, valla o muro. En el prosinaítico, en cambio, parecía más una trenza.
En Grecia dio lugar a la letra griega Eta. Sin embargo, en Etruria y en las colonias griegas occidentales mantuvo esa jota suave, y de ahí pasó al latín y de ahí a nuestros días, cuando acabó perdiendo el sonido.
La gran pregunta es: ¿Por qué cojones en castellano tenemos hache si no tiene ningún sonido? Pues más que nada por tradición, ya que hace siglos sí que tenía, y aún nos han quedado reminiscencias como en Sáhara.
Los romanos también se enfrentaron a este problema: ¿Quitarla o no quitarla? Era raro, era como una aspiración. ¿Era realmente un sonido, un ruido?
La gente dejó de usarla, pero en Roma, como en todas partes, había peña erudita a la que le iba el postureo y la ponían por todas partes. Eso hizo que perviviera hasta hoy en día.
“Síiiii”
Al igual que la C y la G, la I y la J son primas hermanas. Todo empieza, como no, en Fenicia, con la letra Yod, que se cree que representaba una mano.
Esta letra derivó en la letra griega Iota, un palote, sin punto y vocal. El sonido /ye/ pasó a la letra Ípsilon, que los romanos tardaron bastante en incluir y la llamaron Y griega.
El puntito de la i apareció cuando comenzó a usar la cursiva en las lenguas romances, que se confundía con las ues y dijeron, “pos venga, un puntico para diferenciarla”.
Nunca hubo un sonido J en los alfabetos antiguos, por lo que no es raro que la J fue la última letra en añadirse al alfabeto latino.
Fue en el siglo XVI, de la mano del humanista francés Pierre de la Ramée, y luego se popularizó por las imprentas holandesas. Su nombre, como es evidente, procede de la Iota.
Si escuchas la expresión “no ver ni jota”, ya sabes por qué es. Luego acabaron liándola con las ges y las equis, como México, aunque esto último ya se arregló. Lo de las ges… no.
La X representa la incógnita. Y esto es cosa de los matemáticos árabes, que la usaban como eso. Pero su origen también es bastante incógnito. Se cree que vendría del símbolo del pilar Dyed egipcio.
Y que en Grecia acabó derivando en dos símbolos, en las letras Xi y Ji, y como ya he dicho, los latinos comenzaron el lío que derivó en la pronunciación clásica de X como J en algunos casos.
La verdad es que aquí, menos en el euskera, la K ha sido la letra paria por excelencia de nuestro alfabeto. Era una letra repetida que no servía para nada. Proviene de la semítica Kaf, que era la palma de una mano.
Esta a su vez pudo venir del jeroglífico egipcio de una mano, aunque su sonido era otro. Los griegos cogieron este sonido K para su letra Kappa. En el latín apenas la usaron, ya que prefirieron la letra C.
Pero de nuevo, fue el postureo vintage lo que hizo que la K tuviese algo de fama en el medievo. Pero a K mola, sobre todo para traducciones al japonés o alemán.
En griego mil se decía quilioi. Killos es otra palabra que significa burro, y de ahí viene nuestro Kilómetro. Medimos la distancia en burros.
Nuestra L viene de la palabra Lamed del alfabeto fenicio, que significa cayado o bastón. El signo se tomó del protosinaítico y fue adaptado al griego con la letra Lambda, que acabó siendo un triángulo. Luego el latín recuperó la forma que conocemos.
Mo era la palabra egipcia para designar el agua, mientras que useh era salvar. De ahí viene el nombre de Moisés, el salvado de las aguas. Pues bien, el origen de esta letra tiene lugar en el país de las pirámides. El jeroglífico de agua es bastante evidente.
Luego el alfabeto fenicio lo adoptó para su ondulante mem, su palabra para agua. Y no sólo Moisés debe su nombre al agua, también Madrid.
Sí, al parecer la capital española fue construida sobre canales subterráneos de agua, que aprovisionaban a la ciudad, por lo que los árabes la llamaron “Tierra rica en agua”, es decir, Mairyt. Los griegos se hicieron con la M fenicia para su Mi griega.
Mientras que unos consideran al signo precursor de la N como una variante corta de la M, también pudo haber sido representada como una serpiente o una anguila.
Nun era serpiente en fenicio, y la letra se llamó Ny en griego. Apenas ha cambiado desde entonces.
Mientras que en las tradiciones árabes e indias el círculo fue un símbolo de la nada, representando al número cero, esto no fue así en el mundo grecolatino. Al menos hasta que adoptamos la numeración árabe.
Pero la historia de la letra O comenzó cuando los fenicios recogieron el jeroglífico egipcio que representaba un ojo y lo simplificaron. Ayin era el nombre de esa letra, ojo, con un sonido que acabó dejándose de usar para convertirse en vocal.
Este signo dio origen a las dos oes del alfabeto griego: Omega, la O larga; y la Ómicron, la O corta. Los romanos eliminaron esta distinción. Se quedaron con la O redondita pero aún seguían sin tener número cero.
Como curiosidad, la O acabó siendo, en la tradición irlandesa, una letra que indicaba en los apellidos “hijo de”, como O’Connor, O’Brian etc.
“Increíble pero cierto”
Un mono. Eso era lo que representaba un antiguo jeroglífico que acabó siendo adaptado por los fenicios como la letra Qof, un chupachups.
Los griegos harían con ella la Qoppa, mientras que los romanos querían suprimirla, pues ya tenían la letra C, pero no tuvieron huevos.
Y hablando de cabezas, la R también deriva de una cabeza, pero esta vez humana. Res era cabeza en fenicio y redujeron la cabeza egipcia a una especie de P invertida.
Los griegos con la ya mencionada escritura del bustrófedon la giraron horizontalmente y apareció la letra Rho. Los romanos vieron a esta letra problemática, pues representaba tanto el sonido p como el r.
No sería hasta el siglo tercero cuando decidieron crear una letra nueva añadiendo a esa P una rayita.
Por otro lado, el sonido /p/ entre los antiguos era una boca, pe. Este signo llegaría a Grecia y se convertiría en el Pi que conocemos por las putas mates.
Durante el siglo XIX se barajó para la doble rr castellana hacer una especie de ñerre, pero no terminó de cuajar. Pero algo que sí nos quedó de los griegos es la letra Psi, que daría origen a palabras como Psique o Psicología.
El origen de la S es algo desconcertante. Parece ser que su forma viene del antiguo jeroglífico egipcio de un lago lleno de juncos.
De ahí, los protosinaíticos y fenicios quitaron mierda y lo dejaron en una especie de W mal hecha. Con el tiempo acabaría girando hasta originar la Sigma griega. Otra teoría habla de dientes y serpientes, aunque es un poco chorra.
Aunque en su forma primitiva tenga forma de X o de cruz, este signo acabaría dando lugar a la T que conocemos a través de la Tau griega.
También hubo en Grecia una letra llamada Theta, que era una t aspirada y su signo proviene del dibujo de una rueda.
Y llegamos al final, la Z. Su origen podría estar en el jeroglífico de una arma rollo hoz o en una especie de carro. En el fenicio y etrusco acabó siendo una I pero los griegos le dieron su forma famosa con la Dseta.
No fue muy usada por los romanos y la desplazaron para poner como última letra de su alfabeto a la X.
Y AHORA… LA Ñ Y LAS minúsculas
Finalmente estaría la eñe. Ese sonido, durante la Edad Media, se escribía con doble ene, era una doble grafía latina.
Pero claro, en los monasterios e imprentas la idea era economizar, y en vez de doble nn se añadió una especie de tilde, una virgulilla.
La primera referencia a esta grafía la encontramos en un texto gallego de 1228, y se cree que de ahí pasó al castellano.
En francés o en italiano decidieron no ahorrar y su sonido ñ se representa como gn, y lo mismo el portugués, representándolo como nh, o en catalán, con la grafía ny.
Y para acabar hablemos de las letras minúsculas. No penséis que ya desde la creación del alfabeto existían las mayúsculas y minúsculas. Antes todo se escribía con letras mayúsculas, pero durante el siglo III en el imperio romano la cosa empezó a cambiar.
En aquel tiempo se escribía todo en papiro, un papel frágil e incómodo que estaba bien para letras angulares. En esa época, en la ciudad de Pérgamo, se empezó a poner de moda el Pergamino, hecho con piel animal, mucho más resistente y duradero.
Aprovechando esta nueva superficie para escribir y también con el uso de plumas de ave, las formas angulares de las letras se fueron redondeando.
Así apareció la antigua cursiva romana, o capital cursiva, y gracias a ella el trabajo de los escribas se agilizó mucho, pero también tenían problemas para leerla.
La cursiva nueva y la escritura uncial acabarían dando lugar en la Edad Media a la escritura visigótica, la lombarda o la merovingia entre otras.
Es hacia el año 800, con Carlomagno, cuando ya podemos hablar de letras minúsculas. Ya conté en el vídeo dedicado a este personaje que uno de sus consejeros, Alcuino de York, desarrolló la minúscula carolingia, y con ella estandarizó todos los documentos del imperio carolingio.
En el siglo XV llegaría la imprenta de la mano de Guttemberg, y en Venencia un tipo llamado Nicolás Jenson crearía la primera tipografía romana para impresión, aunque en realidad cogieron la carolingia porque no sabían que no tenía nada que ver con Roma.
El caso es que gracias a esta letra más pequeña la imprenta ahorraba espacio y tinta. Esta tipografía pondría las bases para las que tenemos actualmente, incluida la comic sans.
¡Gracias! muy buen aporte
Excelente video, explica muy bien cada una de las letras y genera curiosidad. ¡Gracias!
Los videos de historia de Andoni Garrido son geniales 👍