Considerarlo un trabajo tan serio como el presencial. Lo más importante es que tú mismo te lo tomes en serio. Así pues, debes valorar este empleo como cualquier otro.
Marcarse unos horarios y hábitos estrictos. Otra cuestión básica es establecer una rutina diaria. En este sentido, es recomendable poner el despertador con tiempo, ducharse y desayunar antes de empezar. Igual que si tuviéramos que salir de casa.
Tener un espacio propio donde trabajar. Trabajar en el dormitorio o la cocina no es buena idea. El desorden o la asociación de ideas con otras obligaciones nos pueden desconcentrar.
Mantener el contacto con los compañeros. Aunque no los veamos a diario, hay muchas maneras de tener una relación fluida con los compañeros: quedar para comer, hablar por las redes sociales, trabajar presencialmente algunos días, etc.
Separar el ocio de las obligaciones laborales. El teletrabajo tiene el riesgo de volvernos adictos al mundo laboral. Aunque tengamos acceso al sistema de la empresa o al mail de trabajo, hay que saber separar las diversas parcelas de la vida.
No llevar una vida sedentaria. Si trabajamos desde casa y además salimos poco a la calle, estamos expuestos a problemas de salud. Así pues, antes o después de trabajar, márcate como objetivo hacer ejercicio.
Hacer pequeñas pausas para comer o estirar los músculos. Las contracturas pueden aparecer si estamos mucho rato en la misma posición. Igualmente, tenemos derecho a parar durante unos minutos para coger fuerzas.
No consultar las redes sociales. Cuando trabajamos solos y desde casa, la tentación de consultar las redes sociales es mayor. Evítalas.
Tener un mail y un teléfono de trabajo. Es útil para separar la parcela personal de la laboral. No uses el correo electrónico privado para trabajar.
Contar con el apoyo de quienes conviven con nosotros. La familia debe contribuir a respetar los espacios y a no molestar.