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Puedes leer el capítulo 1 de esta historia haciendo click aquí:
EL TRABAJO PERFECTO
Capítulo 2.
CAMILO

Bajo la lluvia, Camilo Cascabel giraba el manillar de su bicicleta de izquierda a derecha a toda velocidad para esquivar a los peatones que iban por la acera. Empapado de agua y sudor, cualquiera pensaría que esto era mucho más peligroso que ir por la calzada, por la que circulaban los coches, pero evitar peatones era un juego para Camilo desde su infancia en su natal La Habana, cuando su madre lo mandaba a comprar frijoles para preparar la comida. Años más tarde, Camilo fue integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, y tiempo después emigró a España para trabajar en un restaurante primero, y abrir el suyo propio un par de años después. En 2012, en uno de los puntos más álgidos de la crisis económica iniciada en 2008, Camilo decidió cerrar su restaurante y regresar a su Latinoamérica querida del alma. Haber vivido en crisis desde temprana edad había dejado una huella indeleble en su carácter, y probablemente fuera ese el motivo por el que había decidido seguir trabajando doble turno pese a la pandemia que tenía casi paralizada a la mitad de la ciudad donde vivía: Rappitendero de día, Uber por las noches.
Pero el motivo de su prisa ese día no tenía nada que ver con ninguna de las dos compañías para las que trabajaba, sino para entregar unos folders con documentos que le había entregado Carla, esa muchacha (porque a sus ojos ella no era más que una jovencita) con la que había tratado amistad hace unos años, tras un día en el que, por azares del destino, le había llevado comida durante el día a su oficina, y también la había llevado por la noche a su domicilio tras terminar la jornada laboral. A ambos les pareció tan simpática la coincidencia que intercambiaron sus números de teléfono, y con frecuencia, Camilo ayudaba a Carla con pequeños favores remunerados por afuera del servicio que prestaba a otros clientes: llevar unos documentos por aquí, recoger a un familiar en el aeropuerto por allá.
Cascabel no era su apellido real, pero a él le gustaba usarlo como nickname para identificar el sonido que hacía cada vez que terminaba una entrega o viaje. Aquel parecía ser un día muy prolífico: 5 carpetas entregadas, nada más le faltaban 2.
CARLA

El reloj marcaba las 8:37am. “¿Quiere continuar viendo este programa?”, le preguntaba a Carla la pantalla de su televisión. Se había quedado dormida con la laptop sobre las piernas y no tenía ni idea de en qué episodio de Friends se había quedado su cuenta de Netflix. Cuando trabajaba desde casa, Carla solía poner un episodio tras otro de la famosa serie en su televisión, no para verlos, sino más bien como ruido de fondo que la hiciera sentir un poco menos sola. Y ahora con el aislamiento y la cuarentena, el stream era 24/7.
A menudo, los empleados de la compañía (más jóvenes que ella) la “bulleaban” de forma simpática por ver una serie de los 90s, pero a ella no le importaba. Su cariño por los protagonistas venía dado por haber sido su compañía durante su adolescencia, y reflexionar sobre si Rachel y Ross estaban o no en un break seguía siendo una buena excusa para romper el hielo con extraños.
Era la tercera vez en la última semana que Carla se quedaba dormida con su laptop en las piernas, revisando trabajos, propuestas y tareas de cada uno de los miembros de su equipo. Estaba exhausta, pero no sabía trabajar de otra manera. Su método, de supervisión constante e individual de todo lo que pasaba en la compañía, era efectivo (según ella), pero indudablemente todo se había vuelto más complicado ahora que nadie de la compañía podía verse en persona, y todo lo que antes se podía explicar desplegado con hojas y post-its en una pared, ahora requería herramientas en línea y un par de videollamadas. “Odio las videollamadas”, se decía Carla, aunque todos los días a las 9am era la host de una llamada donde se conectaban todos los miembros de la compañía. La excusa era alinear las expectativas del día, aunque internamente Carla lo hacía porque pensaba que era la única manera de controlar que todos estuvieran trabajando desde primera hora. De tanta supervisión a sus esos empleados más jóvenes e inexpertos, Carla comenzaba a sentir su cabeza como un huevo frito, y esta cuarentena empezaba a parecer un “Bad Hair Day” continuo. Pero aun así, se desperezó y se dirigió a la cocina para prepararse un café, ducharse e iniciar el día.
Aún con algo de culpa, Carla se sentía cansada pero mucho más centrada y agradecida que hacía 3 semanas, cuando se vio a sí misma despidiendo a algunos de sus colaboradores más queridos; hoy, al menos, había retomado el rumbo con varios clientes, y la planeación financiera para los próximos meses, si bien incierta, no parecía tan oscura como algunas semanas atrás. Vivir con este tipo de tensión era un reto nuevo para ella, totalmente distinto de los retos a los que se solía enfrentar como fundadora mujer de una compañía de servicios. Mientras daba sorbos a su café, pensó que quizá ésta sería una buena época para escribir un libro al respecto de sus experiencias, algunas de ellas completamente surrealistas y anotó algunas anécdotas en una libreta de su cocina donde solía apuntar lo que necesitaba antes de ir al supermercado, cuando se podía ir al supermercado.
POL

Normalmente, Pol hubiera tenido que ir a firmar los papeles a las oficinas de Albriciae para cobrar los 2 meses de sueldo adicionales que le dieron como finiquito, pero cuarentena. Así que firmó en el lobby del edificio donde vivía, dándole las gracias a aquel mensajero empapado de agua y sudor por la molestia de cruzar la ciudad en bici con semejante clima.
Esos dos meses le daban un respiro después de 3 semanas muy complicadas. Había mandado 1000 veces su cv (o así se sentía él) y prácticamente nadie le había respondido. Y los que sí contestaban le habían dicho que parecía “sobrecualificado” para las vacantes. “Pero necesito… el dinero”, se decía a sí mismo Pol, “¿por qué no me hacen al menos una oferta?”. Comenzaba a comprender aquella frase que leyó en alguna ocasión acerca de que el sueldo era una de las drogas más duras que existen.
Lo peor de estas semanas era la inseguridad que se había instalado sin preguntar en su departamento, como un roommate incómodo. “¿Cuánto dura esta sensación? ¿Cuándo se va?”. Su relación con su novia seguía adelante, aunque ella estaba bastante lejos de estar feliz con la situación. Ella no dependía económicamente de él, y eso a Pol le hacía sentir tranquilo y aterrorizado al mismo tiempo: “¿Puedo prometerle una familia si no puedo proveer? ¿Es ese mi rol, proveer?”.
Todos los días parecían iguales, ahora más que nunca, y mientras todo el mundo en su feed de Instagram parecía estar extasiado ante la posibilidad de hacer Lives, Pol se preguntaba cuándo le llegaría al menos un buen lead, una entrevista, hablar de humano a humano con alguien para demostrarle su valía y experiencia de más de 10 años trabajando. En esta época, pareciera que para encontrar trabajo tienes que derrotar primero al algoritmo que hace la preselección para los reclutadores, y claramente Pol no estaba sabiendo qué decir en su cv para sortear este obstáculo.
Unas horas más tarde, como si se lo hubiera pedido de deseo al genio de la lámpara, llegó un nuevo correo a su inbox. Uno de sus mejores amigos estaba contactándolo con un posible cliente para hacer un freelance de un par de meses. Pol se ilusionó. Dos meses de sueldo de finiquito + dos meses de trabajo freelance (si lo conseguía)… quizá era lo que necesitaba para estar de regreso laboralmente.
CARLA
Al salir de la ducha, al teléfono había llegado un mensaje de Camilo: “Ya tengo la firma en todos tus papelitos, ya voy para allá.”
Carla recordó cómo conoció casualmente a Camilo y cómo su amistad imposible los había llevado a vivir cosas divertidísimas, como aquella vez en que Carla hizo pasar a Camilo por el director general de Albriciae, para poder conseguir una cita con el licenciado director general de aquella compañía con la que Carla llevaba buscando trabajar desde hacía unos meses. La historia es simple pero relevante: después de múltiples intentos infructuosos de conseguir una cita presentándose como la directora general de Albriciae, Carla tuvo la idea de decir a aquella secretaria tan cortante que llamaba de parte del… Licenciado Camilo Flores. “Claro que sí, la comunico con el Licenciado en unos segundos”, dijo la secretaria. A fecha de hoy, cada vez que había que presentar en aquella compañía, Camilo tenía que aparecer y hacerse pasar por Camilo Flores, mientras Carla y su socia presentaban cualesquiera que fueran los proyectos, documentos o estudios que les hubieran encargado. Cosas de fundar una compañía siendo mujer, se dijo Carla a sí misma. Para ella, el fin justificaba los medios, aunque a veces le doliera un poquito el orgullo y el sentido común por no haber nacido en un lugar donde este tipo de cosas no hubieran de suceder.
“- Vente un rato, necesito hablar con alguien real un rato, estoy harta de tanta videollamada”, le contestó Carla.
Slack en modo remoto no tenía nada que ver con usarlo estando todos en el mismo lugar. Había que escribir más, explicar más, definir todo mejor para que todos los que leyeran algo entendieran lo mismo. Desde que empezó la cuarentena, Carla había aumentado de forma considerable el número de sesiones 1:1 con su equipo, porque algo que había leído y comprobado como cierto era que ser líder consistía sobre todo en absorber la incertidumbre. O sea, que la gente tuviera claro qué hacer aunque a ella se la estuvieran llevando los demonios. Sin embargo, tras un par de semanas de hacer estas llamadas había descubierto que muchos de sus empleados estaban anímicamente mejor que ella. Ilusionados por no haber perdido el trabajo, su nivel de compromiso estaba por las nubes, y Carla había empezado a confiar un poquito.
Llegó Camilo con las carpetas con los contratos finiquitados y firmados. A ojos de Camilo, Carla era como esa hermana menor testaruda y comprometida a la que iba a querer cuidar toda la vida. Se sentaron en el suelo de la sala, Camilo con un cigarro, Carla con su fancy pipa de vaping que había comprado en el aeropuerto la última vez que llegó de viaje.
- ¿Pero cómo confío más en ellos? Siento que hay cosas que, si no las hago yo, no las hace nadie…, le confesó Carla a Camilo.
- Tienes que dejar que la gente se equivoque para que aprendan, Carla. ¿Si no de qué sirve? Todo lo quieres hacer tú
- ¿Hiciste un MBA de liderazgo desde la última vez que te vi o qué?, le replicó Carla, burlona.
- Carla, estás cabrona, estás enferma de control, todo lo quieres controlar, tienes que aprender a soltar cosas…
Carla agarró el cigarro de él, y lo revisó sarcástica, para ver si él estaba consumiendo alguna sustancia distinta a la nicotina.
Camilo continuó:
- Nada más te digo que te vendría bien confiar más, ¿qué tienes que perder? Ahí afuera todo es distinto, lo que hacías en tu oficina ya no funciona así. Si sigues así te va a costar la salud. Haz yoga, llama a tus padres, estás demasiado metida en ti misma, y no ves nada más que tu empresa. Te quejas y quejas de las videollamadas pero le exiges a todos que conecten su cámara, no porque vayan a trabajar mejor, sino para que tú te quedes tranquila de que están trabajando. Apaguen las cámaras, diablos, esas cámaras le chupan el alma a la gente.
Carla no sabía si indignarse o sonreír ante la muestra de franqueza de su amigo.
- Apagar las cámaras… ok… ¿algo más, caballero?
- No, empieza por ahí, querida. Ya me tengo que ir, tengo que recoger unas pizzas. ¡La gente sigue comiendo pizza! Suelta cosas, Carla, duerme. Te irá mejor
- Ok… “papá”…, bromeó Carla.
Camilo sonrió. Cada vez que discutían y Carla le decía “papá” quería decir que había entendido el mensaje, aunque aún estuviera enfadada por la discusión.
Soltar, soltar, soltar.
“¿Dónde encuentro un curso para aprender a soltar?”
POL
Días más tarde, tras tantos “noes” y correos sin respuesta, Pol comenzó a preguntarse si no necesitaría aprender cosas nuevas, así que fue visitando una por una todas aquellas vacantes para las que había aplicado aunque no cumpliera con el 100% del perfil requerido, y anotó en una libreta verde (que había obtenido en la última Platzi Conf presencial) las habilidades que le faltaban. Busco un curso por aquí, otro curso por allá para capacitarse en ellas, sin saber que con ello iba a hacer su “navaja suiza” de habilidades cada vez más grande. “Ahora van a saber lo que estar sobrecualificado de verdad para todos esos trabajos”, pensó para sí.
Mientras seguía buscando una nueva oportunidad laboral, Pol daba los últimos toques a la presentación para el cliente de su freelance que sucedería en unos minutos. Hablar en público no era lo suyo, pero su antigua jefa lo había llevado a tantas reuniones, que había terminado aprendiendo “por las malas”, a base de equivocarse, y ahora se sentía bastante confiado. El proyecto llenaba de ilusión a Pol, sobre todo por la posibilidad de tener ingresos durante 2 meses, pero aún así su sentimiento general era de que todo era de un color gris insoportable. En su ánimo alternaba momentos de sentirse mal y tirarse en el sofá o tocar la melodía más triste en su saxofón, con otros en los que tenía una energía extrema y descontrolada. Si sólo pudiera mantener un nivel intermedio entre ambos…
Unos minutos antes de la hora, Pol se conectó a la videollamada con su propuesta lista para presentarse. A la hora en punto, su cliente y su equipo se conectaron también. DING sonó en la computadora de Pol.
- Buenos días, Pol, ¿todo listo para comenzar?
- Buenos días, todo listo.
CONTINÚA EN CAPÍTULO 3
¿tienes algún consejo para Pol o para Carla? déjalo en los comentarios de este posteo y nos vemos en la próxima entrega de “El trabajo perfecto” 😃
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Y para eso, esta semana continuamos con nuestro reto de este mes, prepararte lo mejor posible para el trabajo que quieres. En este post te explicamos TODA la dinámica de lo que requieres hacer estas semanas para desbloquear un badge increíble a final de mes 😃
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